Fernando Mires
Como supongo que el film alemán “Terror” no llegará muy pronto a los países de habla hispana, no me referiré a sus elementos cinematográficos, limitándome a exponer el dilema que plantea. Dilema que trasciende al film y lleva a una discusión política, jurídica y moral.
El film está inspirado en la obra teatral del conocido autor Ferdinand von Schirach quien además de novelista y dramaturgo es un destacado jurista. Su director, laureado en diversos festivales de cine, es Lars Kraume.
El tema: un comando terrorista ha logrado apoderarse de un avión de pasajeros y amenaza utilizarlo, al estilo 11- S, como arma mortífera en el estadio de Munich donde se encuentran 70.000 personas. Dos aviones de guerra intentan interceptar al avión de pasajeros, sin éxito. El piloto Lars Koch, al no recibir a tiempo las indicaciones, decidió disparar sobre el avión cuando este cruzaba los límites de la ciudad. Las 70.000 personas en el estadio de fútbol fueron teóricamente salvadas. Todos los pasajeros murieron. El piloto Koch fue detenido y de acuerdo a la legislación alemana, acusado de asesinato.
La decisión asumida por Koch fue de elemental sentido común. 164 personas deben morir a cambio de que 70.000 puedan salvarse. Sin embargo, desde un punto de vista jurídico el problema no es aritmético. Según la acusación, el aviador Koch se tomó la libertad de decidir quienes sí y quienes no deben morir. De acuerdo al muy brillantemente expuesto argumento de la fiscal -sacó a bailar hasta a Kant- el oficial no dejó ninguna posibilidad para que la contingencia decidiera. Por ejemplo, que los pilotos o los pasajeros hubieran impedido el atentado como ha ocurrido en un par de ocasiones. Koch argumentó que él no podía saber lo que sucedía en el avión. Luego, no podía hacer otra cosa sino elegir entre el mal menor y el mal peor.
La fiscal enrostró a Koch haber actuado según un simple criterio de contabilidad y no de acuerdo al principio constitucional que dice: “La dignidad de cada ser humano es intocable”. Enfatizó que nadie puede ser sacrificado en aras de un objetivo superior (70.000 es muy superior a 164) y por lo mismo nadie puede utilizar a seres humanos como objetos sobre los cuales es posible decidir si vivirán o no. Koch, en consecuencias, ha faltado a la letra de la Ley. Por lo mismo –finalizó- debe ser declarado culpable.
La argumentación del abogado defensor, no menos brillante, partió de la premisa de que no todo en la vida puede ser decidido de acuerdo a principios. Si eso fuera así –expuso- convertimos a los seres humanos en objetos de postulados, eliminando ese espacio de libertad del que cada ser dispone cuando llega el momento de enfrentarse a los dilemas de la vida.
Interesante: quien debía decidir sobre la culpabilidad de Koch era un jurado formado por ciudadanos corrientes, hecho que hace recordar levemente al legendario film protagonizado por Henry Fonda, “Doce hombres en pugna”. Aún más interesante: los tele-espectadores, actuando como miembros de un virtual jurado, podían ejercer su voto mediante vía telefónica.
La votación de los televidentes fue impactante. 87% en Alemania, 86% en Austria y 84% en Suiza, decidieron que Koch no era culpable. Al día siguiente (18.10. 2016) el prestigioso diario Süddeutsche Zeitung encendió algunas alarmas. Miles y miles de televidentes habían votado –según la opinión del diario- en contra de la Constitución.
Más allá de que entre los televidentes hubiese primado el criterio del simple cálculo matemático (70.000 vs.164) el film confrontó dos posiciones hasta ahora no resueltas en la filosofía del derecho. De acuerdo a una, la ley no puede ser jamás transgredida. De acuerdo a la otra, antes de cada ley, hay otra ley, una ley moral, una ley basada en el derecho natural, una ley que precede y sobredetermina a toda ley escrita.
Juristas, filósofos y hasta teólogos llevan siglos discutiendo sobre el tema. Hasta ahora no hay acuerdo.
¿Cuál fue mi veredicto?
A diferencias de Norma (mi esposa) quien se decidió rápidamente por la no- culpabilidad del acusado, había para mí un par de puntos problemáticos. Simpatizando con la decisión del piloto (bajo las mismas circunstancias yo habría actuado igual) la declaración de no-culpabilidad significaba dejar sin efecto una ley fundamental de la Constitución. Antes de emitir mi voto decidí entonces ver una parte de la discusión que siguió al film. Allí participaban, entre otros, el liberal Gerhart Baum, ex Ministro de Justicia, y el socialcristiano Franz- Josef Jung, ex Ministro de Defensa.
De pronto me pareció que la discusión tenía lugar entre Kant y Montesquieu. Mientras Baum defendió vehementemente la letra de la Constitución, Jung atendía más a su espíritu. La posición de Baum me pareció más rigurosa. Más allá de la muy humana decisión del piloto, pasar por alto a la Constitución es un hecho grave. Sienta, además, un caso precedente.
Las leyes a veces no son justas pero mientras no sean derogadas tenemos que regirnos por ellas y no por argumentaciones morales, por muy convincentes que ellas sean. Me decidí pues a votar “culpable”. Al fin y al cabo las condiciones atenuantes a favor de Koch eran muchas y en caso de haberse tratado de un hecho real, la pena habría sido conmutada por otra mucho menor.
Justo al descolgar el teléfono para llamar al canal televisivo, Norma me preguntó: ¿Estás completamente seguro de que la acción del piloto fue ilegal?-. Por supuesto –respondí– la película lo deja muy claro-.Y agregué: Las leyes solo pierden rigor en caso de un estado de excepción. Una guerra por ejemplo. Ningún soldado puede ser condenado si en un bombardeo mueren civiles-. Y bien: al decir estas últimas palabras se encendieron de pronto todas mis bujías.
Efectivamente, en caso de un estado de excepción. ¿Y no ocurre la trama de la película en un periodo en el que estamos bajo un estado de excepción? Alemania está en guerra en contra del terrorismo internacional. Ha firmado todos los protocolos de guerra, es parte de la gran coalición formada por Obama en contra de los ejércitos del ISIS, apoya a las tropas kurdas en Irak y participa activamente en la guerra en contra de los talibanes en Afganistán.
Por lo demás, el mismo Koch dijo, al ser interrogado, que los terroristas utilizaban el avión como un arma destinada a matar a “enemigos”. El, en consecuencias, actuó de acuerdo a las reglas de la guerra. De una guerra que él no había decidido pero que, como soldado, lo obligaba a actuar profesionalmente. Y así lo hizo.
Lamentablemente la película no deja en claro la nacionalidad de los terroristas. Todo indica que ellos provenían de la región islámica. No es, en todo caso, un detalle secundario. Debió haber sido mencionado.
¿Por qué un jurista tan experimentado como Baum no utilizó el argumento del estado de excepción? ¿Por qué yo mismo que no me he cansado de repetir que Occidente está en guerra en contra del terrorismo internacional, había pasado por alto ese hecho? La respuesta no puede ser otra: Hemos reprimido hasta el fondo la incómoda verdad de la guerra. Pese a que cada vez que viajamos los guardias te revisan por todos lados, sin dejar de mencionar las agobiantes preguntas a las cuales somos sometidos, los retrasos de los aviones, los anuncios de suspensiones de vuelo, y otros caramelos, no queremos aceptar la innegable existencia de la guerra. En lugar de eso preferimos imaginar que la vida continúa como siempre y que todo sigue igual que antes.
Fui entonces al teléfono, llamé a la televisión y dije: “Voto por no-culpable”.
Nunca me he dirigido directamente a los lectores en mis textos. Pero esta vez lo voy a hacer. Estimado lector: Si usted hubiese votado ¿cuál habría sido su decisión? ¿Culpable o no culpable?
Publicado en El Blog de Fernando Mires el 21 de octubre de 2016