Luis Ugalde
Los evangelios de los días navideños y de la infancia de Jesús están llenos de simbolismos que los liberan de los estrechos barrotes de tiempo y espacio y les dan especial significación para la condición y sentido humano de todos los tiempos y pueblos. Tienen gran fuerza inspiradora y luz para la humanidad que a tientas se busca a sí misma.
Herodes mandó matar al niño anónimo, nacido en los márgenes del pueblo de Belén. ¿Qué le había hecho ese niño al rey que nunca lo había visto? Herodes era el poder y el niño naciente el anti-poder, sin fuerza, ni prestigio; pura necesidad, como todo niño, con el único poder de hacerse querer. Por el contrario, para el rey dominante el poder lo es todo y el niño nada.
Todo reino de este mundo es poder que domina y se impone. Pero ese niño de Belén un día dirá que no es cierto, porque en el mundo también está actuando un reino que no es de este mundo, que no tiene ejércitos, ni espadas, ni tanques, que es una semilla mínima que germina y se hace árbol que acoge y no oprime.
Toda persona experimenta esta verdad íntima donde resuena la paz del encuentro, el reconocimiento de los otros como nos-otros, la justicia que no aplasta sino que va llenando la búsqueda humana y la capacidad de domar el poder y ponerlo al servicio de la vida.
Ese niño dirá que la eterna búsqueda humana de realización plena no es vana ilusión, sino verdad. El deseo de ser como Dios y de alcanzar el cielo con la mano, el paraíso para cuya conquista se hicieron revoluciones y corrieron torrentes de sangre y de sueños, tienen un camino distinto: estamos llamados a ser como dioses, pero sin ejércitos, ni armas, ni dominación que destruye al otro, sino dioses como dios-amor, cuyo rostro humano es ese niño de Belén y de todos los niños. Por eso Herodes los mandó a matar.
Hoy en Venezuela el poder está matando a los niños, a los débiles, a los que claman por medicinas y comida, a los que quieren convertir los tanques en arados para la siembra y los bombarderos en escuelas para el bien.
Ese niño se atreverá a decir que lo que buscamos todos, lo encuentra el que da su vida al otro, para que la tengan ambos. Dirá que Dios es amor y que nadie tiene más amor que el que da la vida. Por eso él -Hijo del Hombre e Hijo de Dios- es vida, porque da su vida…
Nos dice también que nunca nadie ha visto a Dios, pero donde unos ayudan a otros ahí está Dios (1Juan 4, 12). Que en definitiva gana la vida quien tiende la mano al hambriento, al sediento, al enfermo, al preso, al perseguido y desterrado… y trabaja para arrancar de raíz esas negaciones (Mateo 25). Así nos encontramos con Dios-amor y nos encontramos “nos-otros”.
Ese niño reconoce que los humanos nos matamos unos a otros como lobos (como lo dirá Hobbes 1.630 años después), pero también somos portadores de la semilla, el deseo y la capacidad de hacernos hermanos. Sin esa hermandad, sin esa fraternidad, que reconoce y ama al otro como a uno mismo, nada es posible, ni familia, ni empresa, ni nación, ni la humanidad realmente humana.
El poder auto-absolutizado ayer y hoy manda a matar al niño y desterrar el amor. Es lo que vivimos trágicamente en Venezuela, en esta “revolución” que empezó con deseo de construir el paraíso de fraternidad, pensando que el camino era destruir a la otra mitad del país y repartir la infinita herencia petrolera.
La verdad de nuestra Navidad es que el omnipotente gobierno se derrumba porque con él mueren los niños, se llenan las cárceles, se derrumban los hospitales y se van errantes los jóvenes. El fracasado gobierno que en el saqueo petrolero se ha robado (según confesión de ellos) no menos de USA$ 30.000 millones (al cambio libre actual Bs. 3.000.000.000.000.000), se roba la vida de millones de niños, de enfermos, de hambrientos y la alegría de miles de escuelas y de empresas productivas.
Según confiesan los que fueron poderosos ministros y vicepresidentes, esos 30.000 millones de dólares, con otros robos, corrupciones e ineptitudes, superaron US$ 130.000 millones. Pero Herodes se aferra al poder, y para atornillarse en el infierno actual manda matar al Niño que es verdad, camino y vida.
¡Feliz Navidad! donde todo puede faltar menos Esperanza y Amor.