Debo confesar que estoy estupefacto. La pandemia ha mostrado lo frágiles que somos como personas y como sociedad. Las estructuras políticas y económicas manifiestan la vulnerabilidad de un sistema que se retroalimenta de decisiones egoístas. Este antecedente puede dar paso a estructuras económicas más solidarias. En efecto, a contrapelo, la pandemia muestra que las personas son más importantes que el sistema y así lo constata el esfuerzo de los médicos, quienes, ante el colapso de las estructuras hospitalarias, dan lo mejor de sí para salvar vidas.
A pesar de las muertes y del dolor causados por el Covid-19, se debe reconocer que la pandemia extrajo lo mejor de nuestra humanidad. Por eso resultan sorprendentes el miedo y la resistencia de las estructuras políticas y económicas para proponer alternativas al sistema que nos asfixia. Lo cierto es que los países desarrollados y en vías de desarrollo viven atrapados en un sistema cerrado que ilusiona con una libertad irreal. La humanidad parece haber perdido la capacidad de inventar otros modos de vida más humanizadores y menos egoístas.
Aunque lo dicho parece no estar relacionado con el documento “Querida Amazonia”, debemos advertir que, si bien la Exhortación va dirigida de modo preferente a los pueblos de la Amazonia, invita a toda la humanidad a contemplar la posibilidad de mundos diferentes, más vivibles y más humanos. El documento “Querida Amazonia” es una invitación a salir del laberinto en que andamos atrapados, donde cada nuevo espacio es una réplica del apenas dejado y en el que nada nuevo puede ser admirado.
“Querida Amazonia” propone dar pasos para construir sistemas abiertos en los que la persona y el mundo dejen de ser instrumentos desechables para convertirse en interlocutores fraternos. La libertad frente a un sistema asfixiante e injusto es una necesidad puesta en evidencia[1] en esta Exhortación postsinodal.
La ecología es uno de los modos propuestos por la Exhortación para salir del ensimismamiento hedonista en que vivimos sumergidos. “Ecología” es un término de moda. Cada vez son más quienes trabajan a favor del crecimiento de la conciencia ecológica y en pro del reciclaje de la basura, de la preservación del medio ambiente y del cuidado de lo verde, a tal punto que han luchado para que la preservación de la naturaleza sea una exigencia con rango de ley para el funcionamiento de las industrias. Por “medio ambiente” se entiende la naturaleza, sus recursos, su belleza, su equilibrio y su capacidad de acoger y dar vida.
Ver también: «Querida Amazonia»: la exhortación papal vista desde América Latina (II)
Es claro que el concepto de ecología tiende a destacar la importancia de la conservación de lo verde, pero también es evidente que en el concepto pocas veces están incluidos los pueblos que viven en simbiosis[2] con los ríos, la tierra, la vegetación y la fauna. El cuidado de lo verde y la despreocupación por los pueblos son palmarios en los actuales proyectos de desarrollo llevados a cabo en la Amazonia. Las industrias serias protegen la naturaleza, pero muestran poco conocimiento y gran desinterés por la vida de los pueblos amazónicos: ni entienden, ni les importan las misteriosas relaciones que se tejen entre lo humano y la selva[3].
Los proyectos de desarrollo no tienen en cuenta que para los pueblos originarios de la Amazonia, la naturaleza es un aliado de vida, un compañero de camino y un benefactor, tanto que ellos consideran que “abusar de la naturaleza es abusar de los ancestros, de los hermanos y hermanas, de la creación y del Creador”[4]. Las gentes de la selva amazónica conviven con el ambiente en una relación que no se puede entender en la lógica sujeto-objeto[5], ya que consideran que “la existencia cotidiana es siempre cósmica”[6].
La Exhortación ensancha el concepto tradicional de ecología, ya que, más que cuidar la naturaleza, la ecología es también convivir y establecer lazos de afinidad y parentesco con ella. Debido a este parentesco, los indígenas sienten el dolor del alma de la naturaleza cuando se la ataca. Para ellos, la vida se juega en estas relaciones. Los pueblos amazónicos de la selva no viven sujetos a un sistema que está por encima del mundo de relaciones, sino que sus relaciones son su sistema de vida.
Ver también: «Querida Amazonia»: la exhortación papal vista desde América Latina (I)
Se trata del caso contrario a nuestro mundo moderno altamente tecnologizado y hedonista, que ha hecho del entorno un objeto manipulable[7]. Se han desterrado del mundo moderno las relaciones con los ríos, la fauna, la flora y los suelos[8]. Recuperar estas relaciones es una necesidad, por eso es preciso mirar y aprender de los pueblos amazónicos que la vida hace el sistema, si no queremos que nuestros sistemas sigan limitando nuestra vida[9].
Cuando los pueblos dialogan con la flora, la fauna y la tierra se crean sistemas abiertos, los cuales están lejos de cualquier uniformidad religioso-cultural o económico-política. Mientras que la sociedad mediática e hipertecnologizada no encuentra fronteras y reproduce patrones uniformando hasta los más pequeños detalles de la realidad, los pueblos en diálogo abierto y franco con el entorno viven con naturalidad sus diferencias: “los grupos humanos, sus estilos de vida y sus cosmovisiones, son tan variados como el territorio, puesto que han debido adaptarse a la geografía y a sus posibilidades.
No son lo mismo los pueblos pescadores que los pueblos cazadores y recolectores de tierra adentro o que los pueblos que cultivan las tierras inundables”[10]. Incluso los modos religiosos de vida no son uniformes. Este detalle importa mucho, puesto que, por primera vez, un documento pontificio no uniformiza, sino que reconoce la diversidad litúrgico-religiosa de los pueblos como aliada del Evangelio.
Ante esta crisis involuntaria con dimensiones mundiales, los cristianos no podemos ser meros espectadores, sino que estamos llamados a “dar lugar a la audacia del Espíritu”[11], en pro de un estilo de vida más humanizador. Está dada la oportunidad de ir más allá de las respuestas estandarizadas y las soluciones alienantes que terminan subordinando la libertad de los individuos a un sistema que “tiende a homogeneizar las culturas y a debilitar la inmensa variedad cultural, que es un tesoro de la humanidad”[12].
♦Texto: P. Manuel Antonio Teixeira s.j. Director (e) del Instituto de Teología para Religiosos (ITER) /Foto: AP
———–