Para luchar contra la gripe española de 1918, se constituyó en Caracas una “Junta Central de Auxilios”, presidida por el arzobispo, monseñor Felipe Rincón González, y compuesta por hombres notables de la capital, entre los que se encontraba el Dr. Luis Razetti y otros galenos.

En una situación tan tremenda, el señor arzobispo consigue en los recién llegados padres jesuitas unos compañeros incansables para hacer frente, como sacerdotes, a la peste que asola la ciudad capital.

Por ejemplo, en una carta que escribe el padre Ponciano Davalillo s.j. al padre Joaquín Azpiarzu s.j., el 09 de noviembre de 1918, le cuenta que, en la ciudad, empiezan a caer chicos y grandes. “El Seminario se convierte en un hospital y la ciudad en un campo de desolación y salen todos los días por cientos los cadáveres. Si esto continúa va a quedar diezmada la población”[1]

(Ver también: #EsHistoria. La peste bubónica de 1918 en Venezuela)

Por su parte, el padre Miguel Montoya s.j. (uno de los tres primeros jesuitas llegados a Caracas en 1916) comenta la presencia mortífera de la pandemia al padre Marcos Martínez s.j., en una carta fechada el 02 de diciembre de 1918, en la que le dice:

“El 16 de octubre se registró en primer caso en la Ciudad […] A excepción de uno del Menor y dos del Mayor todos caímos víctimas de la gripe. ¡Gracias a Dios, ninguno ha sucumbido! […] El 21 de octubre cesaron las clases del Menor y el 25 en el Mayor. El 28 se dio la orden de cerrar las Iglesias; de allí sacará Usted el estado en el cual se encuentra la ciudad. Se calcula que, entre el 27 de octubre y el 08 de noviembre, ha habido un 75% de apestados”[2].

Ahora bien, los malos momentos tienen la potestad de resaltar las bondades que ordinariamente pueden pasar desapercibidas. Al respecto, el padre Montoya continúa su misiva comentando: “La actual peste ha manifestado muchas cosas. En primer lugar, la caridad venezolana”[3]. Además, en segundo lugar, se ha visto la caridad personal. «Por ejemplo, los estudiantes –afirma el padre Montoya- formaron su ‘Cruz Roja’ venezolana y acudieron a los sitios más apartados con remedios, alimentos, abrigos y muchas otras cosas. Por otra parte, un grupo de señoras se ha portado heroicamente acudiendo, sin temor al contagio, a lugares fétidos donde se reunían los enfermos»[4].

(Ver también: #EsHistoria. Epidemias, Gobierno e Iglesia)

Para aquellos momentos aciagos, en un breve informe, titulado “Venida de la Compañía de Jesús a Venezuela”, el padre Evaristo Ipiñazar s.j., rector del Seminario y Superior de la Comunidad, recuerda la situación vivida de la manera siguiente:

“En los meses de septiembre, octubre y noviembre de 1918, quiso el Señor visitarnos con una pavorosa pandemia y hubimos de cerrar el Seminario, por unas semanas, para consagrarnos de lleno a la asistencia urgentísima de tanta gente enferma y moribunda y la bondad de Dios con nosotros fue tanta que, a pesar de andar entre tanto contagiado, apenas sufrimos una ligera indisposición. ‘Deo gratia’ por tanta misericordia[5].

Así, pues, se comportaron los padres jesuitas –apoyando al señor arzobispo- en aquel momento de pandemia, fieles a la tradición de su Orden y como San Luis Gonzaga lo hubiera hecho en su momento.

♦Texto:  P. Carlos Rodríguez. Investigador Instituto de Investigaciones Históricas UCAB/Foto: archivo

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[1] Noticias de Venezuela incluidas en las Noticias de Castilla (1918). Cartas edificantes, p 87.
Id.
[2] Id.
[3] Id.
[4] Id. 89-90.
[5] Archivo Rectoría del Seminario Santa Rosa. Padre Evaristo Ipiñazar sj, “Venida de la Compañía de Jesús a Venezuela” (Caracas 1936). P2.