No conocemos fortalezas hasta que no pasamos por las debilidades, no conocemos nuestras debilidades hasta que las vemos, las aceptamos; es entonces cuando viene la transformación y el trabajo duro si queremos cambiar.
En principio lo intentamos con nuestras fuerzas, damos tumbos, nos caemos y levantamos, lloramos, nos enojamos con el entorno, volvemos a llorar, y cuando ya no podemos más es cuando acudimos a nuestro creador, porque en el fondo sabemos que es esa la verdadera energía transformadora, única, absoluta y pura, manifiesta en lo inmenso del universo, con el poder de ayudarnos a cambiar todo, desde adentro hacia afuera, desde la rendición de nuestro ego, mal carácter, capricho, antojo, porque definitivamente somos energía pura.
Ciertamente el cambio no viene solo, tenemos que poner de nuestra parte, aun sintiendo esa tristeza o miedo, con optimismo para que todo fluya…“Dejar fluir”, nos dicen. Pero ¿eso cómo se hace?
No soy una experta ni profesional del tema, pero les comparto mi punto de vista. Cuando escucho eso de “dejar fluir”, lo entiendo como “no engancharse”, no darle ni poder ni más importancia de lo necesario a un tema, a una persona o una situación: así de simple. Se trata de neutralizar los pensamientos negativos y darse la oportunidad de aceptar que las cosas simplemente pasen, a nuestro gusto o no, pero que pasen; que las situaciones no se queden estancadas atormentando nuestros pensamientos.
Eso no quiere decir que no vamos a trabajar o desear algo, a alguien, o visualizar miles de formas y posibilidades para que nuestro anhelo se dé; lo que no debemos es encasillarnos en que pase justo como queremos o imaginamos. Eso solo ocurriría si lo pudiéramos sacar de nuestra mente, al mejor estilo de una película de Hollywood… y eso ¡no va a pasar!
Si dejamos fluir, permitimos que esos pensamientos se organicen y, así, evitamos la frustración ante lo inmediato, lo que nos permite también darnos cuenta de cuánto realmente queremos o no “eso”.
Por ejemplo: cuando hablamos o escuchamos de una persona con “buena vibra”, visualizamos a alguien súper alegre y risueño que no tiene problemas. Nada más alejado de la realidad que eso, porque sólo tenemos al frente a quien logró aprender -y sigue aprendiendo- a enfrentarse con su negatividad y a hacer su trabajo diario, minuto a minuto, de dejar que simplemente pase, sin frustrarse si no es lo que quería, transformando lo malo en algo útil para sí.
¿Esto es fácil? NO. Y mientras más adultos somos más complejo es, porque nos enfrentamos a lo que por años entendimos era “bueno”, aunque resulte dañino. Es un trabajo, como dije anteriormente, de minuto a minuto y, seguramente, fallaremos en más de una oportunidad.
Sin embargo no hay que detenerse, hay que seguir sobre la marcha, imaginar una solución y procurar ejecutarla. Si fuera fácil no estaríamos aquí buscando respuestas, porque esto es parte del mismo aprendizaje de la vida. Hay que valorar y crecer con lo que somos y tenemos, procurando simplemente día a día ser nuestra mejor versión.
San Ignacio de Loyola, durante su peregrinación, buscando la transformación de su ser interior para el servicio de nuestro Señor Jesucristo (lo que entendió luego de muchas cosas como su propósito de vida) logró este proceso, identificándolo como el enfrentamiento entre el buen y mal espíritu (para mí esa energía positiva y negativa). Él lo expresa y deja como herencia en sus “Ejercicios Espirituales”, para mí, una evidencia del autocontrol de la mente y los sentimientos, una transformación mental de lo negativo (malo) en positivo (bueno).
Si aprendiéramos de las debilidades que ahora vemos y que no son más que nuestros maestros de vida; si entendiéramos que, desde nuestras susceptibilidades, podemos ser grandes transformadores de energía y salir triunfantes de todas las adversidades físicas, mentales, económicas y sociales, veríamos que nuestras fortalezas nacen justamente de nuestras debilidades. Al conseguirlo, tendremos un buen trecho del camino recorrido y nos acercaremos un poco más a aquello que tanto anhelamos: la felicidad.
♦Escrito por Alejandra Astudillo. Asistente II de la Escuela de Ingeniería Civil/Foto: Freepik.es
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