Francisco José Virtuoso
La situación venezolana empeora y sus efectos se multiplican. Todos los venezolanos somos víctimas de la escasez de medicinas, de alimentos, de la inflación y de la inseguridad. Por supuesto que en ese tren de malestar, los pobres están cada vez peor. Hasta dónde llegará la paciencia de los venezolanos ante la inercia y la indolencia de un gobierno que sigue repitiendo lo mismo y se niega a buscar alianzas internas y externas para enfrentar la emergencia de manera real, dejando de lado aunque sea coyunturalmente sus intereses proselitistas y mezquinos. Ya nos hemos declarado en emergencia sanitaria, no cabe duda que pronto anunciaremos al mundo nuestra emergencia alimentaria.
Al mismo tiempo, los venezolanos vivimos asediados por una terrible crisis de seguridad y convivencia. No solo peligra la vida de muchos venezolanos ante la falta de medicinas e insumos médicos elementales y ante la carencia de alimentos básicos, sino también porque en cualquier esquina o en tu propia casa te pueden matar por cualquier motivo. Según el Observatorio Venezolano de Violencia, en el año 2015 alcanzamos la cifra de 27.875 muertes violentas y una tasa de noventa fallecidos por cada cien mil habitantes. La causa fundamental de esta situación es la destrucción de la institucionalidad, suplantándola por el predominio de relaciones sociales basadas en la arbitrariedad, el uso de la fuerza y las armas, prescindiendo de la razón y de la ley.
En este contexto se unen el hambre con las ganas de comer. Ante el desamparo institucional y la necesidad creciente, la subcultura de la criminalidad y el delito se va haciendo parte de la convivencia cotidiana, de lo comúnmente aceptado y asumido, y lamentablemente valorado positivamente. Lo que hemos visto en las redes sociales a propósito de los festejos fúnebres en la isla de Margarita, con ocasión del asesinato de Teófilo Alfredo Rodríguez Cazorla, alias “El Conejo”, el pasado 24 de enero, es un ejemplo de lo que afirmamos.
“El Conejo” se convirtió en un referente de poder y generosidad en la isla de Margarita. Durante su estadía, su presidio se convirtió en una especie de hotel de lujo para los reclusos, con piscina, ring de boxeo y parrilladas. Y fue allí mismo donde le brindaron una despedida digna de un “pran”, con disparos de fusil y pistolas. El poder de “El Conejo”, según los reportajes periodísticos, se extendía desde la cárcel a toda la isla. Era nada menos que el jefe mayor del negocio del narcotráfico en la región. Es el ejemplo típico del “malandro” convertido en “buenandro” por obra y gracia de la impunidad, la complicidad del Estado y la necesidad de protección de los muchos que se sienten totalmente desamparados en este país.
El Observatorio Venezolano de Violencia señala entre las causas del incremento en las cifras de violencia al empobrecimiento de la sociedad, acompañado de la impunidad generalizada. En efecto, esta terrible conjunción ha significado un estímulo a diversas formas de delito, no necesariamente violentos, pero que abonan el terreno de los comportamientos transgresores de la norma social y la ley, que luego serán causa de violencia.
Las crisis pueden ser vividas como oportunidad o como un desastre en el que lo importante es la sobrevivencia individual, en donde el uso de cualquier medio puede ser legítimo. En esta encrucijada son los valores morales y la espiritualidad de las personas sus mejores guías para escoger el camino a seguir. Es clave fortalecer las capacidades de elección para vivir esta crisis con dignidad humana. Las Iglesias, las instituciones educativas y las familias tenemos una tarea insustituible: construir eticidad.
Publicado en el diario El Universal el 3 de febrero de 2016