A 116 años del natalicio del llamado «padre de la democracia venezolana», el investigador del IIES-UCAB valora su aporte más allá de su obra de gobierno y recuerda que su pensamiento sigue siendo objeto de estudio internacionalmente. «Betancourt entendió que la diversificación de la economía iba a sentar bases de desarrollo social distintas y todo eso lleva a un equilibrio y un nivel de desarrollo para introducir y sostener el modelo liberal democrático», dice

Luis Lauriño es profesor-investigador del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales (IIES) de la Universidad Católica Andrés Bello. Durante años se ha dedicado a estudiar el mundo del trabajo y las relaciones industriales. Como parte de esa línea de investigación, escribió el libro Rómulo Betancourt. El diseño de una república. La configuración de las bases socioeconómicas y políticas para el desarrollo de la democracia social en Venezuela 1928-1945, publicado en 2020 por abediciones.

La conversación del profesor con El Ucabista se plantea a propósito de que este 22 de febrero se cumplen 116 años del natalicio de Betancourt (Guatire, 1908), fundador de Acción Democrática (1941), presidente de la junta de gobierno instalada tras el derrocamiento de Isaías Medina Angarita (1945) y primer presidente democráticamente electo luego de la caída de Marcos Pérez Jiménez (1958), mandato que ejerció entre 1959 y 1964.

Considerado por algunos historiadores como el «padre de la democracia venezolana», Betancourt marcó, por décadas, su impronta personal y su modo de hacer en la sociedad y cultura política nacional.

El consenso social como motor de desarrollo

Alianzas, consenso, pactos, son palabras que salpican el discurso de Lauriño al hablar de Betancourt. A medida que avanza su narración, en más de dos horas de entrevista, salen a relucir sobre su escritorio libros que indican cuánta dedicación ha dado al estudio de esta figura que, recalca, es tan importante internacionalmente que es objeto de estudio en instituciones como el Center for Latin American Studies de la Universidad de Florida.

El investigador relata cómo, al sumergirse en los documentos personales del dirigente —algunos inéditos —, descubrió a un hombre intelectualmente tan de avanzada que, cuando «el autor de la biblia» de los estudiosos de las relaciones industriales, John Dunlop, publicó su libro Sistemas de relaciones industriales (1958), «ya Rómulo Betancourt estaba hablado, no con esas palabras, pero hablaba de aproximarse de manera sistémica a un conjunto de actores; no que había que desarrollar una piececita por aquí y otra por acá, sino como un conjunto interrelacionado de actores y medidas políticas que había que trabajar más o menos en paralelo».

«Rómulo Betancourt planeó, promovió y tomó medidas de forma sistémica que permitieron el desarrollo de Venezuela desde la nada. Esa visión integradora fue su gran sello al que se le dio continuidad y nos llevó a dónde nos llevó», afirma.

Lauriño recuerda que, en las décadas transcurridas entre la muerte de Juan Vicente Gómez (1935), el Trienio (1945) y la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, Venezuela vivió una evolución que tuvo su culminación en el Pacto de Puntofijo (1958), acuerdo de gobernabilidad firmado tras el fin del régimen perezjimenista en el que Betancourt tuvo un rol protagónico, junto a los dirigentes políticos Rafael Caldera y Jóvito Villalba.

«El Pacto de Puntofijo fue la máxima expresión de un proceso que inicia en el mundo del trabajo. El Pacto de Avenimiento Obrero-Patronal fue el primer pacto que se firmó en 1958, que fue el año más importante de pactos en el país. Antes de eso, ya por 1944, Betancourt está diciendo que en México se firmó un pacto de avenimiento y ese es el camino que hay que tomar en Venezuela, sentarse el Estado, empresarios y trabajadores a acordar. Puntofijo fue ese gran pacto social para estabilizar un modelo democrático, yo no conozco otra fórmula así en ninguna otra parte del mundo, pero sin el pacto de avenimiento obrero-patronal no hubiera podido ser posible Puntofijo, esto es importante porque se fundamenta en una idea extrema de democracia en materia productiva».

Pero el autor agrega que, además del consenso social, en la concepción personal que Betancourt tenía para desarrollar al país hubo otras claves como la reutilización de los recursos del petróleo para desarrollar el agro (la siembra del petróleo), impulsar el sector manufacturero, la industria mineral del hierro, la  bauxita y el carbón, así como aprovechar potencial hídrico del sur del país.

También menciona que un pilar fundamental para el dirigente adeco fue la educación, no solo la general sino  la técnica, la educación para el trabajo.

«Cuando llegó a gobernar estaba resuelto el desarrollo industrial, el tema crediticio que venía del dinero del petróleo, el asunto de la institucionalidad, el de la infraestructura, pero faltaba la generación de un mercado (comprador/oferente)  para el que se necesitaba mano de obra calificada y no existía. Había que transformar a ese campesino en mano de obra calificada y a ese campo en un campo productivo. Por eso el INCE llegó a ser una institución de alto nivel junto con las escuelas técnicas y de oficios que se conectaron con las necesidades de la industria, así tuvo toda la fórmula resuelta».

Betancourt: del marxismo a la democracia

Lauriño recuerda la evolución ideológica de Betancourt desde ser «un marxista por todo el cañón» (1928) hasta concebir su propia teoría del poder, la democracia liberal y las condiciones necesarias para sembrarla y mantenerla con perfil venezolano, gracias a su conocimiento en el terreno de la realidad nacional de la ciudad y el campo.

El investigador explica que, tras la muerte de Gómez, el dirigente adeco regresa a Venezuela (1936) y dedica tiempo a recorrer el territorio, lo que le permite ver que «una cosa era el caletero de puerto y otra el obrero industria petrolero» , por lo que se da cuenta de que «su marxismo era teórico, libresco».

Así va desarrollando el pensamiento para hallar la fórmula que permita «generar independencia de la economía venezolana del petróleo y dejar a un lado los capitales extranjeros para controlar más esa industria».

El profesor del IIES-UCAB cita al historiador Germán Carrera Damas –que prologa su libro— para explicar que «Betancourt dejó de ser un comunista por ser un verdadero marxista», pues aplicó el concepto de Hegel de diseñar un modelo a partir de la realidad y no imponer a la realidad un modelo a partir de la teoría.

 «Además de su visión sistémica, Betancourt tuvo visión de largo plazo para mantener esa misma fórmula de continuidad y, técnicamente, detrás de eso había una figura importante que era la planificación central (…) Con esa mirada muy marxista, entiende que las relaciones de producción eran lo primero que había que transformar porque en esas grandes brechas estaba la posibilidad de transformar socialmente al país, que era un país enfermo, con unos niveles de analfabetismo altísimos, donde no existía industria sino protoindustria. Betancourt relacionó ese nivel de atraso con el nivel de atraso industrial productivo, entendió que la diversificación de la economía iba a permitir sentar bases de desarrollo social distintas, ascenso social, desarrollo de mercado y economía; todo eso lleva a un equilibrio social y un nivel de desarrollo distinto que iba a permitir introducir y sostener el modelo liberal democrático que era su fin último político».

Entre los hallazgos que Lauriño dice le sorprendieron, al leer documentos y papeles personales que reposan en la Fundación Rómulo Betancourt, están «preocupaciones que no eran propias de alguien de izquierda: la organización del empresariado y la valoración de la propiedad privada, esos eran anatemas para alguien con creencias puras de izquierda. Yo pensaba que Betancourt tenía intereses solo en los trabajadores, que es una pata de la mesa que se conoce como tripartita y que son las relaciones en la base entre el Estado y su institucionalidad, el empresariado y los sindicatos. Era un hombre adelantado, con una visión que iba más allá de lo que era su entorno».

Por eso, el profesor precisa que su libro –editado por el sello abediciones de la UCAB en alianza con la Fundación Konrad Adenauer– se centra en la preocupación de Betancourt por transformar el sistema de producción para equilibrar a los actores básicos y crear armonía entre ellos.

«Los trabajadores no estaban organizados, no tenían desarrollo ideológico, de modo que por ahí había que empezar, para equilibrar a los trabajadores con los empresarios y a estos dos con el Estado. A la vez, había que desarrollar la institucionalidad del Estado, que tenía que asumir funciones de impulsor de las bases de una diversificación económica, muy incipiente entonces, porque la dependencia del petróleo era fundamental. Para él había que romper esa dependencia y para eso había que diversificar la economía».

De hecho, el investigador sostiene que lo que ocurrió en Venezuela durante las primeras décadas de la democracia nacida en 1958 tiene que ver, en parte, con que las ideas de Betancourt sentaron las bases para el proceso de industrialización, lo que hizo más fácil que la sociedad avanzara por la senda de desarrollo social.

«Con la clase media en desarrollo  y con una sociedad un poquito más igualitaria, tuvimos la posibilidad de paz social, paz laboral, lo que facilitó que la economía tuviera pilares sólidos y estables para que ese ambiente fuera sostenible para la democracia. Esa era la  fórmula inicial de Betancourt», asegura.

2024: rescatar el camino recorrido

Viendo la obra de Rómulo Betancourt desde la Venezuela del presente, Luis Lauriño lamenta que los partidos políticos y los dirigentes jóvenes reduzcan la obra del expresidente a una obra física de gobierno.

«El aporte de este señor va más allá y es absolutamente abstracto,  él creó una suerte de cordón umbilical entre el Estado y la sociedad con todos sus actores y no había otra manera de desarrollar este país si no era así (…) Los políticos de todas las corrientes y los de nueva generación deben conocer ese pensamiento, porque fue un pensamiento de referencia en todo el continente, y lo que está detrás es una fórmula y un proceso que, con sus bemoles, vamos a tener que pasar nuevamente. Una cosa es no repetir al calco los errores y otra cosa es no entender que se hicieron unas cosas que son claves. Si no hay claridad sobre eso no podemos construir futuro».

Por eso estima necesario que la obra de Betancourt se divulgue y se estudie, sobre todo porque el modelo que impulsó Hugo Chávez a partir de 1999 se basó, igualmente, en la valoración del sistema productivo, lo que quedó en evidencia en el primer plan socialista: Proyecto Nacional Simón Bolívar 2007-2013: ética, democracia y política exterior en el primer plan socialista de la nación.

«Chávez lo valora de forma similar a Betancourt, pero en el extremo opuesto. Chávez comienza a desmontar todo el modelo del Pacto de Puntofijo y lo primero que hace es que, en materia sindical, manda a que todas las elecciones pasen por el CNE, los sindicatos ya no se gobiernan, la tríada la comenzó a desmontar por el lado de los trabajadores. Su objetivo era que el trabajador no tuviera poder. Ese modelo tripartito creado por Betancourt, donde se decidía el salario, lo desmonta. Lo que les importa es que el empresario quiebre, elimina la fórmula de la negociación y decide el gobierno cuál es el salario mínimo. ¿Quién es el poder detrás de los trabajadores, si es que eso se puede llamar así? el propio presidente de la república. Como él es presidente obrero,  él decide lo que necesitan los trabajadores».

Lauriño habla de la desindustrialización intencional que rige desde el Poder Ejecutivo y piensa que ya hay que pensar en el mediano y largo plazo y trabajar en la formación del trabajador. «Ya se puede empezar a trabajar en esa formación porque es la manera de empezar a generar un tejido que facilite unos niveles de productividad distintos».

Insiste en que la clave para el presente pasa de nuevo por una alianza como la que Rómulo Betancourt propulsó, «que tiene de por medio una suerte de acuerdo social de otra dimensión y ahí es donde yo creo que las instituciones educativas que todavía sobreviven tienen que articularse un poco más y tienen que valorar un pensamiento de este tipo«.

Sin embargo, advierte que la sociedad venezolana es «extremadamente cortoplacista», de modo que la tarea de la que habla no la vislumbra masiva.

«Pero con determinado liderazgo internacional y alianzas sí se puede valorar lo que se tenga que valorar y para comunicar pedagógicamente a la gente de qué va la democracia, como lo hizo Betancourt. Porque a la gente no le interesa que le hablen del pacto social, sino de cómo llevar dinero a su casa. Ese trabajo lo tiene que liderar una institucionalidad y una élite de actores porque a este país hay que formarlo nuevamente, en términos pedagógicos, porque hay nuevas generaciones que han oído y aprendido sobre la democracia, pero que no la han vivido».

El libro Rómulo Betancourt. El diseño de una república. La configuración de las bases socioeconómicas y políticas para el desarrollo de la democracia social en Venezuela 1928-1945, de Luis Lauriño, puede ser adquirido, en versión electrónica, en la librería digital de abediciones, haciendo clic en este enlace:

https://abediciones.ucab.edu.ve/producto/romulo-betancourt-el-diseno-de-una-republica-2/

♦Texto: Elvia Gómez/Fotos: Manuel Sardá


 

El Ucabista pregunta a…Daniel Lahoud sobre Rómulo Betancourt