Lissette González

Hace quizás cinco años mi papá ya decía que tendríamos racionamiento y haríamos cola para comprar comida. Yo se lo discutía; aunque admitía que ese control total de la economía parecía ser una meta del gobierno. Creía que la sociedad venezolana, plural y que se había desarrollado a lo largo de años de convivencia democrática, se resistiría y sería capaz de poner límites a las aspiraciones autoritarias del proyecto chavista. Desafortunadamente, él no está aquí para poder darle razón y admitir que me equivoqué.

Frente a las múltiples dificultades que enfrentamos a diario como la inflación, la escasez, la inseguridad me llama poderosamente la atención la patente dificultad de la sociedad venezolana para cambiar el presente estado de cosas. Nuestra inacción frente a un robo que ocurre en la misma vía por la que vamos, frente al que se colea en el supermercado o frente a intentos de linchamiento. No somos capaces de enfrentar esos problemas comunes mediante acción colectiva, nos contentamos con las soluciones privadas como blindar el carro, insultar a la coleada y huir de los escenarios de violencia. El problema es que esas acciones privadas de cada quien defendiéndose no solo no resuelven los problemas de fondo, sino que los agravan.

Si nos resulta tan cuesta arriba resolver los problemas sencillos que forman parte ineludible de la convivencia en nuestra urbanización o edificio, ¿con qué disposición podríamos abordar colectivamente la grave crisis económica, social y política que atraviesa nuestro país?

Mientras nuestra cotidianidad se hace cada vez más asfixiante por las carencias de agua, luz, comida o medicinas, vemos al liderazgo político tanto del gobierno como de la oposición con severas dificultades para alcanzar acuerdos mínimos que ofrezcan a los ciudadanos la esperanza de que vendrán tiempos mejores. Sin embargo, los problemas no son solo de los líderes. La sociedad venezolana tampoco cuenta con mecanismos para hacer oír su voz y proponer cambios en la agenda política, para defender sus intereses. Pocos vamos más allá de la queja. Pocos están dispuestos a invertir organización, tiempo y esfuerzo en la vida pública. Y el resultado es este, una sociedad vulnerable, pasiva y a la que fue posible llevar a unos niveles de penuria inimaginables veinte años atrás.

Nuestra sociedad carece de una red fuerte de organizaciones intermedias: nuestros sindicatos, gremios, partidos políticos y asociaciones vecinales fueron sistemáticamente boicoteados a lo largo de los últimos diecisiete años con la finalidad disminuir los contrapesos y facilitar la tarea de concentración del poder en el presidente y sus colaboradores más cercanos. Este objetivo fue logrado con relativa facilidad porque estas organizaciones eran débiles antes del inicio de la revolución bolivariana. Nunca hubo participación masiva, la mayor parte de estas organizaciones no eran del todo autónomas.

Hasta ahora la acción política de la ciudadanía se ha concentrado o en la participación electoral o en la protesta como forma de expresar el descontento. Sin embargo, la carencia de organización y redes de largo aliento ha redundado en que estas últimas no se vinculen de forma orgánica con las necesidades y problemas de la gente común y que, además, no logren ser masivas. Y frente a una institucionalidad parcializada que puede, como el TSJ, unilateralmente destituir diputados o limitar las atribuciones de la Asamblea Nacional garantizadas por la Constitución, la efectividad de la vía electoral también queda en entredicho.

Así las cosas, la sostenibilidad de cualquier cambio político (incluso, las probabilidades de éxito de cualquier salida a la crisis) depende en gran medida de la capacidad de la sociedad venezolana para emprender de forma sostenida una ruta, para luego hacer valer cualquier victoria. El papel de los partidos políticos en esta coyuntura es primordial, así que los esfuerzos por mejorar y ampliar su organización es vital. Pero no son los únicos actores de esta contienda. Sin trabajo mancomunado con otras organizaciones y redes de la sociedad civil (que también deben fortalecerse) el futuro seguirá siendo oscuro, aún cuando se logre un cambio de gobierno.