Marielba Núñez

Entre las miles de súplicas de pacientes venezolanos que buscan medicamentos e insumos médicos a través de redes sociales, son frecuentes las que solicitan albúmina humana, factores de coagulación u otros derivados sanguíneos. La ausencia de estos productos, vitales para el tratamiento de cuadros agudos y crónicos, tiene una dolorosa explicación: la agonía que desde hace años sufre la empresa estatal Quimbiotec, la misma que alguna vez fue motivo de orgullo para el país, porque fue una idea concebida y desarrollada localmente que respondía con eficiencia a una necesidad de salud pública.

Creada en 1988, se trataba de un proyecto en el que estuvieron involucrados destacados miembros del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, entre otros Egidio Romano, Miguel Layrisse, Boris Drujan y Horacio Vanegas. Como narra la investigadora Yajaira Freites en el artículo De la planta de plasma a Quimbiotec C.A., la iniciativa de constituir esta institución no salió de la nada, sino que se afincó en la larga tradición de investigaciones relacionadas con la hematología que se había consolidado durante la segunda mitad del siglo XX en el país y particularmente en el IVIC. De hecho, la idea de impulsar el procesamiento industrial del plasma sanguíneo ya había sido planteada por Tulio Arends a principios de la década de los setenta pero tomó forma luego en buena parte gracias al empeño de Romano, quien se dio cuenta de la viabilidad de adoptar la tecnología que permitiría eliminar la importación de hemoderivados. La propuesta obtuvo respaldo de entes como el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social y el Fondo de Inversiones de Venezuela y con el tiempo se convirtió en un ejemplo de una iniciativa que conectaba la ciencia y la producción con el añadido de un beneficio social.

Los éxitos de Quimbiotec eran innegables. En 2010, según narra el Informe Anual de la empresa referido por la revista SIC, la empresa logró producir 359.000 frascos de albúmina, lo que equivale a 140 kilos por millón de habitantes «cifra que colocaba a Venezuela como el país en América, después de los EE.UU. y Canadá, que mejor atendía a su población en lo que a hemoderivados se refiere», señala el texto. Además, se produjeron 408 mil gramos de inmunoglobulinas, que se usan para el tratamiento de deficiencias inmunológicas que padecen, por ejemplo, personas que viven con VIH o han sido trasplantadas. Igualmente, se da cuenta de la elaboración de 25 millones de unidades de factor VIII para la coagulación sanguínea, indispensable para la atención de la Hemofilia.

A partir de 2011, sin embargo, Quimbiotec comenzó a transitar una triste senda de desprestigio y deterioro, que coincidió con un cambio en su forma de gestionarse, el despido de parte de su tren gerencial, la reforma de sus estatutos y la contratación de personal cuya calificación ha sido cuestionada, además de un oscuro episodio de persecución judicial que no ha sido todavía esclarecido. El destino de la empresa ha sido similar al de tantos otros organismos de salud: una serie de reformas en su planta física y adecuaciones en su tecnología que no terminan de concretarse, además de un deterioro en las condiciones laborales, que han derivado en su parálisis. Jorge Arreaza, ministro de Ciencia, despacho del que depende Quimbiotec, está obligado a explicar lo que ocurre y a buscar una solución urgente.