Marcelino Bisbal
El término naftalina proviene del mundo de la química y más concretamente del área de los hidrocarburos. Se le llama también alquitrán blanco. Se trata de un sólido blanco y muy aromático que usualmente se usa como insecticida para liquidar a las polillas que se esconden entre las ropas y objetos que permanecen mucho tiempo guardados en las habitaciones, en cajas selladas o en los clósets. Es decir, en lugares donde la luz del día y su resplandor están ausentes.
En el mundo literario y en la sociología política, hasta en la filosofía, el vocablo adquiere otras significaciones de tono metafórico cercanas a la relación que se establece en la producción de conocimiento, en la expresión de ideas y –en definitiva– en la transmisión del saber. Pudiéramos haber empleado otro término para referirnos a la misma idea que queremos expresar con este escrito, incluso se le usa como sinónimo: fosilización del conocimiento y de las ideas.
A lo largo de todos estos años del proceso político que nos ha tocado vivir y padecer a los venezolanos, hemos visto desde la cúspide del poder y de los periodistas del régimen, cómo se ha venido empleando toda una jerga de palabras que llaman a una franca confusión con sus referentes o con la realidad concreta de nuestras propias vivencias. No hay más que escuchar los discursos del presidente de la República, la retórica del tren ejecutivo y de los principales dirigentes del PSUV, ver la publicidad-propaganda del Gobierno y leer las notas informativas en todo el aparato mediático gubernamental, para darnos cuenta de aquello que nos expresaba recientemente el escritor y columnista Alberto Barrera Tyszka: “El oficialismo actúa sobre el lenguaje de manera obsesiva. Conoce su importancia. Ha aprendido que a veces las palabras son más eficaces que una Kalashnikov. En el terreno de la comunicación ha recuperado batallas que tenía perdidas en la calle. Son un ejército verbal asombroso. Tienen una envidiable disciplina en el vocabulario”. De lo que no estamos seguros es de que sea una estrategia comunicacional o una fosilización de las ideas. Quizás sean ambas cosas a la vez.
Desde que se instaló la nueva Asamblea Nacional (AN), dominada por la oposición, el empleo de determinados vocablos para referirse a las posiciones políticas asumidas por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) y las respuestas dadas por los diputados del PSUV y de ciertos ministros a la crisis que vive el país, han venido en cascada rápida, furiosa y desenfrenada. Haciendo un registro de la frecuencia de uso de algunas de esas palabras veremos que ellas nos traducen una confusión y miseria de las ideas.
Las palabras que más se han repetido a lo largo de todos estos días de instalación de la AN, de la presentación de la Memoria y Cuenta del presidente de la República, de la declaratoria del estado de emergencia económica y del decreto de emergencia, de su negación por parte de la bancada opositora, han sido derecha e izquierda. Algunos ejemplos: “Presidente rechaza conducta fascista de la derecha del Parlamento”; “…la derecha históricamente siempre ha tenido las misma actuación a donde forman el poder”; “Esquina caliente rechaza decisiones de la derecha”; “La derecha lo que busca es la confrontación”; “Se intensifican los ataques de la derecha al presidente Maduro y al Gobierno”…
La diferenciación política entre la izquierda y la derecha nace en plena Revolución Francesa. Tal caracterización fue casual ya que en 1792 un grupo de diputados se ubicó a la derecha del presidente de la Asamblea Constituyente que iniciaba sus sesiones en la Francia revolucionaria y el otro grupo se colocó a la izquierda. A unos los identificaron con la radicalización de sus ideas, los de la izquierda; a los otros, los de la derecha, con el conservadurismo ya que propugnaban la restauración del orden monárquico. Han pasado ya dos siglos y seguimos manteniendo esa división política.
Los tiempos cambian y las ideas, producto del análisis de las realidades, también cambian, evolucionan y se redefinen. En la actualidad hay una tensión entre esos dos términos. La revolución soviética se proclamó de izquierda; la revolución cultural China hizo otro tanto; todo el bloque comunista –satélites de la Unión Soviética– en plena Guerra Fría se autodefinió de izquierda; la Cuba de los Castro es referencia y modelo de izquierda; la Nicaragua orteguista se dice también de izquierda; muchos pequeños países africanos, en sus procesos de independencia, se autoproclamaron de izquierda… y podemos seguir enumerando ejemplos ya desaparecidos y otros que todavía están entre nosotros.
La historia más reciente nos ha enseñado que esa división es artificial, por decir lo menos. Muchas experiencias proclamadas y definidas como de izquierda desembocan no solo en anarquía, sino en injusticias, caos, desigualdad, privilegios de una nueva casta frente al resto de la sociedad, corrupción y quiebre ético y moral frente a los valores que supuestamente las definían.
Así las cosas, ¿podemos entonces decir que el socialismo del siglo XXI es de izquierda y que la oposición democrática es de derecha? Más allá de esta distinción entre una y otra dentro del campo político, división que resulta simplista, en Venezuela lo que tenemos es un populismo que ha ido más allá del viejo populismo latinoamericano y venezolano que veníamos conociendo. Ese populismo, llevado a su máxima expresión por la renta petrolera, ha transmutado –como nos dice Fernando Mires– en un “populismo que desborda, por cierto, las instituciones, e introduce emocionalidad en lugar de raciocinios. Además, es esencialmente antropomórfico, pues sin líder populista no hay populismo(…) El problema no reside, sin embargo, en el populismo sino en la utilización del populismo como caballo de Troya, o como medio para alcanzar objetivos que no son populistas”. Aquí está retratado el proceso político que vivimos en el país desde 1999. Quienes lo conducen han ido, poco a poco, reptando a posiciones de poder que no están dispuestos a abandonar. Dentro de este gran des-orden la calificación de derechas e izquierdas es un eslogan.
Si pretendemos seguir usando esa caracterización anclada en el tiempo; la derecha relacionada con el conservadurismo y la izquierda con las ideas de avanzada, quiero entonces recordar lo que nos dijo Pedro León Zapata en uno de sus «Zapatazos»: “Te juro que YO, Trinita, en lo que acabe este gobierno, volveré a ser de izquierda”. No nos engañemos, lo que se confronta en Venezuela no es más que la barbarie ante la civilidad, o la oposición democrática a un sector del llamado oficialismo que es profundamente antidemocrático.
Publicado en el diario El Nacional el 29 de enero de 2016.