Marcelino Bisbal

I

La idea que moviliza este artículo es dar cuenta del conjunto de relaciones –autoritarias en su mayoría– que se han tejido entre el gobierno de Nicolás Maduro y el sector de los medios de comunicación y sus profesionales. Esas relaciones parten de lo que dejara instituido el proceso encabezado, desde 1999, por el entonces presidente Hugo Chávez Frías hasta su desaparición física en marzo de 2013; es decir, casi catorce años. Los primeros diagnósticos que se publicaron están muy bien reflejados en algunos libros que se hace necesario revisar para comprender este momento al que hemos conceptualizado como de autoritarismo comunicacional o de dictadura mediática, como refiere el filósofo Fernando Rodríguez.

Debemos mencionar, en primer lugar, Hegemonía y control comunicacional (Editorial Alfa,UCAB, 2009). Este primer ensayo-diagnóstico intenta dar luces de lo que fue la institucionalización –en palabras del régimen– de la tan nombrada hegemonía comunicacional, o de ver cómo la confrontación se fue convirtiendo en medio gubernamental y especialmente presidencial. En el libro se plantea, como idea central que “el Gobierno juega al miedo de los venezolanos y de los medios (…) En ese sentido, los medios se han convertido en piezas claves y cajas de resonancia de la mediación social y política del presente (…) Y todo ello se suscita a través del análisis crítico, reflexivo y dialogante con el Estado-Comunicador y la hegemonía comunicacional que se ha propuesto instaurar en el país”.

Vendría después el ensayo de Andrés Cañizález: Hugo Chávez: la presidencia mediática (Editorial Alfa, 2012). Ya está consolidada la llamada hegemonía comunicacional. El Gobierno, en funciones de Estado, cuenta con una gran plataforma de unidades comunicacionales desde las cuales emprende lo que Umberto Eco llamaría el populismo mediático. Se nos dice en ese texto que “más allá de la consolidación de un aparato mediático estatal sin precedentes en la historia democrática de Venezuela, el presidente Chávez gobierna desde una dimensión mediática. Dos espacios son expresión de esta acción. Por un lado, está el uso de las cadenas nacionales de radio y televisión, y, por el otro, su programa dominical ¡Aló, Presidente! Durante sus extensas intervenciones mediáticas, el Presidente no solo hace anuncios, sino que toma decisiones de política pública (…) Se trata de un hecho sin precedentes: el presidente Chávez gobierna desde lo mediático”.

 

El otro libro que es de obligatoria mención es Saldo en rojo. Comunicaciones y cultura en la era bolivariana (UCAB, Fundación Konrad Adenauer, 2013). Nos da cuenta, con lujo de detalles, de todo ese proceso de creación de un nuevo régimen comunicativo. Se trata de una publicación que nos ayuda a entender cómo el gobierno de antes (1999-2013), y el de ahora, conciben al sector de las comunicaciones y la cultura, donde el control social está presente combinando la represión jurídica, la represión impositiva, la represión publicitaria, la represión informativa e incluso estableciendo mecanismos de supresión de libertad de comunicación. Desde las páginas de Saldo en rojo nos damos cuenta con gran precisión de aquello que expresara el escritor Alberto Barrera Tyszka: “Este Gobierno puede improvisar en todo menos en las comunicaciones. Llevamos catorce años viendo como se reproduce mil veces un guión”.

II

Hablar de comunicación, mejor vamos a hablar  de comunicaciones, implica hablar de política y sociedad. Porque una comunicación libre, una libertad de comunicación, una libertad de expresión y un derecho tan fundamental y totalizante como es el derecho a la información y comunicación, significa entender y visualizar la calidad de la vida política que prevalece en una sociedad. Como nos lo expresa claramente el sociólogo chileno José Joaquín Brunner: “Existe una conexión profunda entre el sistema político prevaleciente en una sociedad determinada y el régimen comunicativo que aquél en parte condiciona y al cual necesita para subsistir”.

¿A qué viene esa idea-fuerza? Hoy estamos en presencia de un nuevo régimen comunicativo. La comunicación social –léase mejor información– y los medios por donde ella circula han ganado en estos ya casi diecisiete años un papel estratégico para el poder instaurado desde 1999. La idea casi exclusiva de la comunicación dentro de una economía abierta y competitiva empezó a cambiar desde los inicios del régimen chavista. Pero en el tiempo también empezarían a cambiar las comunicaciones libres, abiertas y plurales. En la denominada era bolivariana la subordinación de los medios y sus comunicaciones con respecto a la política, ha sido una constante impuesta desde la cúspide del poder. Hoy, el debate político para el mundo oficialista se juega en y desde los medios, de ahí que el Gobierno haya querido imponer lo que denominamos un  nuevo régimen comunicativo.

Este nuevo modelo de estructura comunicacional ha intentado, con éxito, la ruptura, reorientación y reorganización del régimen comunicativo anterior, especialmente de los llamados medios públicos y los medios comunitarios y/o alternativos –nunca tan gubernamentalizados y partidizados como en el presente– con la única función de asegurar un orden fundado en controles oficiales para inducir en la sociedad la idea de que el hombre nuevo está naciendo y, al mismo tiempo, llevándose por el medio la memoria del pasado político, la historia del país, su cultura, su identidad y hasta las actitudes de tolerancia y pluralismo.

El tiempo ha transcurrido y en estos años, hasta el presente, las comunicaciones y las políticas públicas impuestas para ellas han sido de mayor control y regulación; de creación de mecanismos jurídicos que han significado intimidación y autocensura; de diseño de una amplísima plataforma mediática de carácter hegemónico y el establecimiento de una narrativa y arquitectura simbólica que ha logrado convencer a una parte del país. En definitiva, la operación que se puso en marcha desde los sucesos de 2002 se conecta con la idea expuesta en el Brasil de 1934, plena dictadura de Getulio Vargas, cuando un grupo de intelectuales cobijados en el gobierno le dijeron a este que “los medios de comunicación no deben pensarse como simples medios de diversión, sino como armas políticas sometidas al control de la razón del Estado”.

Lo que ha venido ocurriendo en el tiempo, que nos ponen de manifiesto los textos referidos antes, es la pérdida de un periodismo crítico, plural e independiente; las restricciones a la libertad de comunicación y de información; el escandaloso secuestro de la radio-televisión pública; el asalto a Conatel para convertirlo en una entidad más política que técnica; la creación de leyes que controlan contenidos incómodos para el Gobierno; la discriminación publicitaria hacia los medios que son críticos; el caso de RCTV; la concepción de las telecomunicaciones para la construcción de una sociedad socialista; el intento sostenido de querer imponer un modelo cultural distinto de corte personalista, autoritario y militarista; la cooptación política de los medios comunitarios; el ataque y agresiones físicas contra los profesionales del periodismo; la intimidación, hostigamiento judicial, restricciones administrativas y detenciones arbitrarias de periodistas; el uso de información para desprestigio de medios y periodistas…

III

Lo que hemos llamado autoritarismo comunicacional se refiere a un Gobierno que esquizofrénicamente profesa una idea del poder como valor absoluto y que alienta acciones y procesos en diversos ámbitos de la vida que van en una dirección muy distinta a la de considerar a la libertad de comunicación, a la libertad de expresión y a la libertad de pensamiento como piezas fundamentales de la democracia.

Comunicaciones dependientes y subordinadas al poder. Eso es lo que hoy tenemos dentro del des-orden que nos toca vivir y que se quiere imponer como cultura. Porque el autoritarismo, así como la democracia tienen una significación  cultural.  De aquí se desprende la importancia de las elecciones parlamentarias del 06 de diciembre. Desde allí, saliendo airosos con el triunfo político y electoral, podemos empezar a imaginar un futuro democrático, hecho que nos merecemos. De suceder lo contrario el autoritarismo se impondrá aún con más fuerza y con más des-orden. De TODOS nosotros depende que eso no suceda.

Publicado en el diario El Nacional el 14 de agosto de 2015