Marielba Núñez

No hay nada que pueda describir de manera más elocuente la magnitud de la crisis que padecemos que el aumento de la tasa de mortalidad infantil. Según cálculos del Ministerio de Salud, en los primeros meses de 2016 se han registrado 18,61 fallecimientos de menores de un año por cada 1.000 niños nacidos vivos. Para tener idea del deterioro, basta recordar que en 2012, la cifra era de 13,8 muertes por cada 1.000 nacidos vivos.

Es precisamente la disminución de las tasas de mortalidad infantil uno de los indicadores que puede servir para demostrar los avances en materia sanitaria de un Estado; en el caso venezolano, hubo una disminución sostenida del número de muertes de niños y niñas desde finales de la década de los cincuenta. Se trata de un termómetro que habla por sí solo, no solamente de hasta qué punto se tienen bajo control las enfermedades que amenazan a los niños más pequeños, principalmente las diarreas y las infecciones respiratorias, sino también de la salud materna, la disponibilidad de servicios de atención ambulatoria y hospitalaria, y, aún más allá, del nivel de progreso económico y social de un país.

Para lograr los Objetivos de Desarrollo del Milenio, el país había proyectado llevar la tasa de mortalidad infantil a una cifra de 10,7 fallecimientos por cada mil nacidos vivos para el año 2015, una meta que no sólo no se alcanzó, sino que en la actualidad es cuidadosamente omitida por el discurso oficial. El informe Cumpliendo las metas del milenio, publicado en 2004, resumía cuáles debían ser las pasos que el gobierno debía seguir para lograr el éxito al afrontar ese desafío. Visto a la distancia, puede servir como un inventario de promesas incumplidas. Era necesario, advertían, mejorar aspectos preventivos, como aumentar la cobertura de los programas de vacunación de manera que se lograra la protección de 95% de la población infantil en todo el territorio nacional, y poner a funcionar una red que garantizara la atención primaria efectiva, se suponía que a través de la Misión Barrio Adentro.

Las recomendaciones también incluían la necesidad de que se fortaleciera y se desarrollara una red de Servicios de Neonatología. Este es quizás uno de los aspectos más olvidados por las autoridades, como lo demuestran las cadena de denuncias acerca del estado lamentable de estas unidades en los centros asistenciales de todo el país, que no sólo están huérfanos de todo tipo de equipos y de insumos sino que además muchas veces no cuentan ni siquiera con lo más elemental: agua potable. Un reportaje publicado recientemente por The Wall Street Journal sirve de radiografía de lo que está ocurriendo en instituciones como el Hospital Universitario Antonio Patricio de Alcalá, de Cumaná, o el Hospital Raúl Leoni, de Puerto Ordaz, hermanados por la carestía hasta de lo más básico. Ni siquiera puede compararse con hospitales de guerra, porque como señala el texto periodístico, hasta Siria, un país que sufre las consecuencias de un conflicto armado, registra una tasa menor de muertes infantiles que la que tristemente exhibe Venezuela.