Roselena Vásquez, estudiante de Comunicación Social, habla sobre la experiencia y los aprendizajes que le quedaron del Pequeño Cottolengo Don Orione, hogar para personas con discapacidad ubicado en el estado Lara

 

“En el más miserable de los hombres brilla la imagen de Dios”

– San Luis Orione

 

Una de las preguntas más significativas que se ha hecho la humanidad desde hace muchos siglos está estrechamente relacionada con un lugar: el paraíso. ¿Dónde está? ¿Cómo se llega? ¿Realmente existe? Todos los sucesos relatados a continuación son extractos de un lugar pequeñito de Venezuela en el que estoy segura que se alberga, al menos una parte chiquita de lo que es el verdadero paraíso.

Como si fuera la reencarnación de Drácula, desperté con los ojos llenos de miles de pequeñas venitas rojas inflamadas, tiesa como un tronco. Tenía las sábanas pegadas al cuerpo, estaba sudada y mi corazón palpitaba a la velocidad de la intro de Gasolina de Daddy Yankee: había tenido una pesadilla y en esta me enviaban al Cottolengo.

¡Ay, disculpa! pensé que ya te lo había dicho. ¡Me voy de viaje! ¿Qué tal? Esta miedosa, adicta a los sistemas de organización, experta en meterse en problemas que no son suyos y número uno en intoxicarse o enfermarse en las situaciones menos favorables. Esta misma es la que se va de viaje una semana con un programa de la universidad que promete cambiar vidas: PAZando. Sinceramente yo estaba esperando irme, no sé, a cualquier lugar. Me imaginaba colgada en  unas lianas como la novia de Tarzán en Macapaima, ordeñando una vaca en Masparro o desafiando las teorías conspirativas sobre si Delta Amacuro existe o no. Sin embargo, nunca pasó por mi mente el Cottolengo. ¡Nada que ver, jamás, anulo mufa! Igual había sido solo una pesadilla, pero como dice Paulo Coelho: “Para que un sueño se haga realidad primero hay que soñarlo”.

La alarma sonó, abrí los ojos y con la visión aún borrosa entreví la pantalla del celular. Eran las tres en punto de la mañana del sábado 11 de marzo, tenía que estar en la universidad en una hora y sí, me iba al Cottolengo.

Después de unas buenas horas de sueño y un increíble repertorio de la salsa baúl más cabilla que había escuchado en toda mi existencia, llegamos. En una pared blanca, un mural del establecimiento indicaba que estábamos realmente ahí: «El Pequeño Cottolengo Don Orione», Barquisimeto, estado Lara, a 364 kilómetros, 5 horas y 36 minutos de la comodidad de mi hogar.

Cuando finalmente pisé tierra, el mundo pareció detenerse por un instante y por alguna razón, que hasta el día de hoy considero únicamente divina, sentí calma. No miedo, ni terror o pánico. Sentí paz de estar ahí, en un lugar que en ese momento era completamente ajeno a mí.

Del sábado solo tengo recuerdos borrosos y vagos. Llegamos, el Padre Rafael (un personaje bastante relevante en esta aventura) nos recibió con todo el cariño del mundo, nos llevó a conocer la casita en la que nos estableceríamos durante el resto de nuestra estadía. El almuerzo tenía pimentón y casi me pongo a llorar (soy alérgica al pimentón), conocimos a la tía Verónica, pintamos una pancarta, fuimos a una misa y luego a un concierto católico, cenamos arepitas con queso y no sé cómo en un abrir y cerrar de ojos se hizo el día siguiente.

Mientras escribo esto no me decido cómo contar el resto de acontecimientos, pero quiero dejar en claro que en ese instante del viaje no tenía ni idea de lo que vendría a continuación. Definitivamente no sabía que bañaría de pies a cabeza a distintas mujeres, que conocería el Manto de la Divina Pastora, que bailaría hasta que me dolieran los pies, que lloraría, que reiría hasta no poder respirar, que me daría fiebre a cuarenta, que me pondrían una nariz de elefante, que conocería el Sambil de Barquisimeto, que tendría sesiones de terapia musical escuchando a Pablo Alborán dentro de una camioneta pick up con 6 personas más mientras recorríamos el Barquisimeto nocturno, que aprendería a ser vulnerable o que me enamoraría de todos los chicos del Cottolengo.

Cuando uno piensa en personas con discapacidad lo primero que le viene a la mente es una sensación de rechazo. Solemos creer que, como son diferentes a nosotros, no se encuentran en la capacidad de sentir las mismas cosas ni de entendernos. Creemos que son ignorantes, que no entienden lo que pasa a su alrededor. Pensamos que su mente no se iguala a la nuestra, que somos superiores.

En lo personal yo creo que Diosito un día despertó muy temprano por la mañana y sintió que el mundo estaba ciertamente incompleto. Que le faltaba algo, una chispa. Por eso, ese mismo día, se dispuso sembrar en el corazón de los hombres la necesidad de fundar el Cottolengo. Así podría reunir a las almas más puras, humildes e increíbles en un solo lugar, para que los hombres pudiéramos conocer a nuestro Dios a través de los ojos de estos seres.

A mí,  por ejemplo, me bastó con sentir un abrazo de Chichí, ver la alegría de Juan cuando movía las manitos sobre su nariz de una forma muy graciosa o a Anthony señalando todo lo que le generaba asombro.

Tal vez creemos que estas personas no sienten igual que nosotros y es verdad, porque sienten mucho más y a través de un corazón que es totalmente puro. Actúan siempre desde el amor, se acercan a ti buscando ayudarte aunque eres tú quien cree estar en posición de ayudarlos y se ayudan los unos a los otros a pesar de sus dificultades. Te dejan muy en claro que jamás podrás olvidarlos, porque su presencia es de esas que se graba en el corazón.

En esa semana vi a dos hombres comunicarse con tan solo chocar sus cabezas, a un hombre con parálisis decirme gracias a través de sus ojos y a una mujer que no puede caminar llevar a otra en silla de ruedas.

De Katherine aprendí que está bien sentir apego, de Karina que las primeras impresiones son solo una ilusión, de Freddy y Robinson que siempre hay alguien que nos comprenderá, de Freddy que existen muchos niveles de sacrificio y de Francisco que nunca estaremos desamparados.

Katherine es una mujer de unos aproximados treinta años que perdió a sus padres cuando apenas tenía siete, pero lo más especial sobre ella es que es una niña atrapada en el cuerpo de una mujer. Karina es robusta, el primer día que la conocí sentí pánico por su actitud, rústica y tosca, pero cuando te abraza sientes lo que es el amor de verdad.

Francisco es un hombre que sufre parálisis severa y no puede hacer ningún tipo de actividad por cuenta propia, al igual que Freddy quien en algún momento fue un hombre saludable hasta que sufrió un accidente de tránsito y decidió internarse porque sentía que podría ser una carga para su familia. Finalmente, me gusta creer que Robinson nació con un don innato, la capacidad de volver los pensamientos de Freddy, que no habla, en palabras con tan solo observar a su amigo.

Ya había caído el ocaso cuando tocamos Caracas exactamente siete días después de haberla dejado atrás. Aún cargaba fiebre intermitente, el cuerpo me pedía clemencia, me dolía todo, en especial, el corazón. Llegamos despeinados, con las maletas desordenadas y una sensación de tristeza inevitable, ya que ese grupito de seis personitas que había salido en busca de una aventura increíble unos días atrás, esa noche no prepararía la cena en grupo ni haría una bitácora hasta que pasara la medianoche.

Este viaje es un compendio de momentos, personas y lugares. Fue estar con los muchachos, jugar con ellos, ver una película, cocinar, comer, compartir y conversar con un grupo de personas que están apartadas de la sociedad en un pedacito de nube que está muy cerquita del cielo. Fue compartir con Yesika, Hilary, Rui, Alberlys, María Laura, el padre Rafa y la tía Verónica. Fue cocinar los almuerzos hablando de nuestros gustos, conversar de lo que haríamos con nuestras vidas por las noches, jugar uno y quedar todos picados, reírnos y comer pastelitos quemados, entre otras cosas que hicieron de este viaje un recuerdo inolvidable.

No hay una persona en la tierra que sepa la ubicación exacta del paraíso;  si está en este mundo, en una realidad alterna, si lo veremos después de morir o si hay alguna forma de llegar incluso estando vivos. No obstante, gracias a PAZando tengo la suerte de conocer un lugar que se parece mucho a lo que el concepto de paraíso describe, y sin duda, considero que este lugar es el Pequeño Cottolengo Don Orione.

♦Texto: Roselena Vásquez. Estudiante de 7mo semestre de Comunicación Social y participante del programa PAZando 2023/Fotos: Cortesía Dirección de Identidad y Misión UCAB


PAZando es un programa universitario que se enfoca en la inserción social, el cual es organizado y promovido por la Dirección de Identidad y Misión de la UCAB. Los estudiantes de la universidad viajan a diferentes comunidades rurales en Venezuela para conocer la realidad que enfrentan sus habitantes, compartir sus experiencias y brindar apoyo y atención en sus campos de estudio y competencia. Esta iniciativa forma parte de la formación de profesionales integrales, empáticos, solidarios y comprometidos con los sectores más vulnerables.

El texto de Roselena es el resultado del tercer taller «RePAZando el cuento», iniciativa formativa diseñada para los participantes del programa antes de que se adentren en las respectivas comunidades. El objetivo del taller es preparar a los estudiantes para que puedan dejar por escrito un testimonio de su experiencia en el viaje.

Si desea obtener más información sobre PAZando, así como otros programas e iniciativas de la Dirección de Identidad y Misión UCAB, están disponibles sus cuentas de Facebook e Instagram: @ucabmagis.