Manuel Llorens

Hace menos de un año escribí unas consideraciones sobre el hambre que presagiaban las colas y la escasez. En pocos meses el deterioro se ha acelerado. Las evidencias del hambre están ya a la orden del día, son cotidianas, son nuestras vecinas. Al Parque Social, nuestro centro comunitario, llegan las historias de familias que no tienen qué comer, de niños hurgando en la basura de las esquinas de Montalbán para hacerse con un bocado, de estudiantes universitarios que están comenzando a padecer varios días sin un almuerzo decente.

A finales de marzo se conoció la noticia de que varios caballos del Hipódromo de Santa Rita habían fallecido por falta de comida. La imagen terrible del animal con las costillas marcadas, pero con un pelaje que todavía mostraba su belleza original es una imagen atroz de nuestro estado actual.

¿Qué destino más trágico que haber sido domesticado por el hombre, sometido a sus rituales a cambio de ser cuidado por los mejores veterinarios, peinado para impresionar, halagado y cortejado, para luego ser olvidado, abandonado hasta la inanición, como el eslabón más débil de una cadena que cada vez se tensa más?

Kafka cuenta en El artista del hambre, cómo el protagonista, que se ganaba la vida ayunando en los circos, llegó a comandar la atención en una época. Pero, el hambre incomoda, nos hace voltear rápidamente la mirada para otro lado. Pronto se convirtió en: “… un pequeño estorbo, en todo caso, un estorbo que cada vez se hacía más diminuto… nada podía ya salvarle, la gente pasaba ya a su lado sin verle…”.

En estos días me enteré de que el Centro de Atención Nutricional Infantil de Antímano, CANIA, está en riesgo de ser clausurado por ser una fundación que depende de Empresas Polar, que ya comenzó a enviar a una buena parte de sus trabajadores a sus casas por el cierre (¿temporal?) de las cervercerías, por la falta de entrega de divisas por parte del gobierno. CANIA es nuestra vecina, quien nos ha ayudado una y otra vez a lo largo de los años con muchos de los casos que atendemos en el Parque Social. El cierre de este centro es una tragedia para el suroeste de Caracas y sobre todo para las familias concretas que se beneficiaban de sus programas y servicios.

El gobierno está peleado con la realidad, se niegan a extraer la conclusión evidente: su revolución es un estrepitoso fracaso. Nadie del gobierno se hace responsable. Por ende, nadie rectifica nada.

Al comienzo del enorme trabajo de investigación titulado El hambre, Martín Caparrós[1] cita al exrelator especial de las Naciones Unidas, Jean Ziegler, quien escribió:

Cada cinco segundos un chico de menos de diez años se muere de hambre, en un planeta que, sin embargo, rebosa de riquezas. En su estado actual, en efecto, la agricultura mundial podría alimentar sin problemas a 12.000 millones de seres humanos, casi dos veces la población actual. Así que no es una fatalidad. Un chico que muere de hambre es un chico asesinado.

El fracaso que representa el hambre, escribe Caparrós, es el mayor fracaso del género humano.

¿Quién se hace responsable?

[1] Caparrós, M. (2015). El Hambre. Barcelona: Anagrama.