Lissette González 

Muchas veces cuando se comenta nuestra turbulenta realidad cotidiana, los comentaristas en redes sociales suelen afirmar que nuestro gobierno pareciera estar dando declaraciones desde Narnia; cuando algún dirigente habla de “colas sabrosas”, o de la inseguridad o la inflación como simples “sensaciones”. Sí, pensé que Narnia puede ser una buena analogía, pero recordando a la Bruja Blanca.

Para quienes solo hayan visto la película El León, la Bruja y el ropero, esta señora es una malvada que mantiene a Narnia en un invierno permanente y es, además, una reina malvada que congela a quienes se oponen a sus designios. Pero, ¿de dónde salió? ¿Acaso ese mal también fue creado por Aslan?

La respuesta nos la da C.S. Lewis en otro de sus libros, titulado El sobrino del mago. Allí, un par de niños con anillos mágicos logra viajar entre mundos y su primera aventura los lleva a un mundo desolado, sin vida. Paseando por un castillo majestuoso encuentran una sala llena de imágenes de sus grandes reyes del pasado. La curiosidad de todo niño los lleva a tocar una campana que encontraron en el lugar y así despiertan a Jadis, la última Reina de Charn, quien, por supuesto, se convertirá en nuestra malvada Bruja Blanca.

Jadis, poderosa hechicera, había obtenido el secreto de la «palabra deplorable», el máximo poder, capaz de destruir a todos los seres vivientes salvo a quien la pronunciara con el ritual adecuado. Enfrentada Jadis con su hermana por el trono, al ver perdida la guerra esperó que su adversaria estuviera junto a ella en las escalinatas del castillo, lista para celebrar su victoria. Entonces pronunció la palabra deplorable y en un segundo se convirtió en la única persona viviente bajo el sol. Al oír esta historia, los niños, asombrados, le preguntan por la gente común, las mujeres y los niños que no estaban en la guerra. Y ella les responde:

“¿Es que no lo comprendes? –replicó la reina (…)–. Yo era la reina. Todos eran mis súbditos. ¿Para qué otra cosa servían si no era para cumplir mi voluntad?”

Una linda metáfora del poder, tan valioso en sí mismo que ni siquiera necesita un mundo, unos súbditos. Mantener el poder como premisa única, aunque el costo suponga ser un gobernante solitario sobre un mundo que ha sido destruido ante la amenaza de perder el poder.

Y, ahora que lo pienso, no sé por qué se me ha venido esta historia a la mente justo en estos días.