El profesor Demetrio Boersner falleció el sábado 9 de enero cuando se encontraba en el exterior. Internacionalista, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Ginebra, fue una pieza clave en el desarrollo de los estudios internacionales en Venezuela. Ligado durante muchos años a la UCAB y a la revista SIC del Centro Gumilla fue siempre un agudo observador del mundo y sus vaivenes. Fue profesor titular de la UCAB, investigador en el Instituto de Investigaciones Históricas y docente del postgrado de Historia de las Américas y de la Escuela de Ciencias Sociales, así como miembro del Consejo General de Estudios de Postgrado. En abril de 2012, esta casa de estudios le rindió homenaje y en esa ocasión, su hijo, el librero Andrés Boersner, escribió un texto especialmente para El Ucabista Magazín que tituló “Un maestro en la vida”, una semblanza entrañable sobre su padre.

 

UN MAESTRO EN LA VIDA

El tránsito vital junto a mi padre ha sido maravilloso. Solo a la mente retorcida de Sebastián de la Nuez se le pudo ocurrir invitarme a escribir unas líneas sobre alguien tan cercano. Para colmo dijo que se trataba de “pan comío”. Puedo asegurar que no es así ya que no acostumbramos, dentro de la familia, a exteriorizar sentimientos. Alguno le ha criticado a Demetrio esa dificultad y le molesta el aire formal que preside cada uno de sus actos. Pero si rastreara en sus orígenes, y sobre todo en sus vivencias, encontraría la respuesta a esa aparente frialdad.

Nació en Hamburgo en 1930, cuando la democrática República de Weimar entraba en decadencia mientras ascendía el nazi-fascismo en Europa. Creció entre la fractura familiar derivada del exilio de su padre (por los orígenes judíos) y el ambiente enrarecido que se apoderaba de las calles. La necesidad de reprimir emociones se hizo costumbre. Pero el hecho de vivir en un barrio obrero, de estudiar con niños provenientes de estratos pobres, ser uno de ellos y hallar siempre solidaridad en ese entorno lo atrajo con naturalidad a la causa del más desposeído. Este impulso vino acompañado con palabras sencillas y directas de la tía Ana Bauman, quien le manifestó al niño de ocho años que “el bien siempre triunfa sobre el mal” y que la noción de dignidad, espíritu de lucha y  de justicia eran condiciones necesarias para vencer a la barbarie.

Demetrio desarrolló desde muy joven un claro sentido de la intuición. Es proclive a pensar que las circunstancias han decidido su vida más que la voluntad. De ser cierto tendríamos que verlo como un consumado domador del destino, que ha convertido los reveses de la vida en enseñanzas.

Si le pidiéramos un balance demostraría la clara superioridad de lo positivo. A veces piensa que lo profesional ha privado sobre lo particular. Lo cierto es que ha vivido situaciones extremas: persecución, una dolencia que lo tuvo al borde de la muerte varias semanas, pérdidas trágicas, inesperadas; y ataques furibundos por su posición política de izquierda democrática. Pero en ninguno de esos trances abrigó duda sobre la necesidad de superarlos por el bien de los demás. A mis siete años recuerdo la sonrisa confiada de mi padre, asistido por respiración artificial, mientras los médicos ya hablaban de manera abierta de preparativos mortuorios.

La primera etapa de su vida fue librepensador y esa crítica a los dogmas desde el punto de vista existencial desembocó en el panteísmo. Creía en el Dios que está en todas las cosas, el Dios impersonal de Spinoza; pero también ese Dios más difuso y estético que anida en Goethe. En una segunda etapa, durante sus estudios superiores en Estados Unidos y Europa, abrazó la causa del marxismo. Entre los ginebrinos era considerado un agente peligroso del comunismo y, aunque suene anecdótico, esta fama hizo que perdiera una oportunidad laboral importante en Venezuela. Él siempre se apuntó al Marx ligado a la socialdemocracia y tuvo un acercamiento con el ala izquierda de Acción Democrática a su regreso al país. En una tercera etapa, a mediados de los setenta, se convirtió al catolicismo. Esta fue la culminación de un largo proceso donde las vivencias, lecturas y discusiones resultaron tan fructíferas como su formación política.

Lo he visto defender al Marx socialdemócrata en seminarios y circunstancias adversas, cuando todos proclamaban que Marx había muerto y donde incluso algún comunista balbuceaba incoherencias para añadirle más tierra al hoyo. Lo he escuchado defender con firmeza las bondades de justicia social que anidan en el cristianismo y la evolución de líderes que en su juventud fueron de la derecha más rancia pero supieron acercarse a posiciones progresistas. La fortaleza de sus exposiciones está en su conocimiento de la historia y en la forma tan clara como transmite esos saberes. Lo hace con argumentos. Jamás lo he visto caer en el terreno de las descalificaciones personales o de la retórica vacía pero efectista.

Las dos actividades intelectuales que llenan su vida son la académica y la militancia política. Su carrera diplomática también fue larga y exitosa. Desde 1958 da clases en la Universidad Central de Venezuela y ha sido profesor invitado de muchas universidades,  sobre todo del Caribe (una de sus especialidades) y de Estados Unidos y Europa. Su mayor centro de actividad está en la  Escuela de Estudios Internacionales pero ha impartido clases en Derecho, Economía, Ciencias Políticas o Historia. Sus diez años dentro de la UCAB significaron para él como una vuelta a la patria. Es periodista y colaborador de El Nacional por más de cuarenta años y con las revistas Sic y Nueva Sociedad, para nombrar solo las más antiguas. Para él, dar clases es como transmitir el evangelio. Existe una necesidad ética de contribuir a la formación de las nuevas generaciones y un placer en ese intercambio humano.

En el aspecto  político su capacidad de transmitir conocimientos se traslada a labores doctrinales. Durante muchos años ha colaborado en la formación crítica de cuadros medios y sindicales de Acción Democrática, el MEP, la Nueva Fuerza y Unión Democrática. Recuerdo sus viajes constantes a Maracaibo y la relación estrecha con líderes de aquella región como el maestro Paz Galarraga, Siuberto Martínez y Adelso González, a principios de los setenta.

Sus mejores recuerdos y vivencias están en Venezuela. Aquí reposan sus padres y nacieron sus hijos. Aún hoy, cuando narra su primera visión del país, del verde  de la Cordillera de la Costa visto desde  la cubierta del Orazio, no puede ocultar la emoción. Para él significó la primera bocanada de libertad y la convicción de que nunca más tendría que sentir miedo.

Para la familia ha sido siempre ejemplo de trabajo, rigor, austeridad, coraje, sacrificio y espíritu bondadoso. En pocas personas he visto ejercer más la tolerancia sin renunciar a la defensa firme de principios.

Torpe para las cosas sencillas y una de las personas más distraídas del mundo. Posee unas formalidades aberrantes. Todavía, cuando llama por teléfono a mi casa, dice: “Buenas tardes, soy Demetrio Boersner, ¿se encontrará mi hijo Andrés?”, así sepa que quien contestó el teléfono fue el susodicho.

Lleva un diario desde 1960 donde está registrada la vida política del país, los principales acontecimientos del mundo y algo de su vida personal. Son casi un centenar de cuadernos. Le he insinuado que escriba su autobiografía por ser testigo privilegiado de muchos episodios importantes. Asiente y dice que algún día se pondrá en el asunto. Pero si algo debemos reclamarle en lo intelectual es su escasa contribución en libros. Ha dispersado esa energía en miles de artículos y trabajos breves. Nos debe un estudio sobre Marx y la socialdemocracia, una historia de las relaciones internacionales en el mundo y su autobiografía. Él dice que esa falla se debe a su inclinación a hacer varias cosas al tiempo. Me consta. A sus 82 años trabaja más que un carajito de 25. En un mismo día lo he visto dar clases en dos sitios distantes, una charla, escribir un artículo, dar declaraciones para la radio, participar en una reunión partidista y asistir en la noche al bautizo de un libro. Dice que “nunca me dejan tranquilo” pero basta con que no suene el teléfono un día para que se lamente de que “ya me han olvidado”.

Como dijo en un homenaje que le hizo recientemente la UCV, estará “al servicio del país mientras tenga aliento”. Podría pensarse también al revés: tendrá aliento mientras pueda servirle al país. Lo percibo muy activo en los próximos años. Su familia, amigos y alumnos lo quieren y el país lo necesita.

Andrés Boersner