Marielba Núñez
Detrás de la cifra, del número frío que puede dar cuenta del impacto de un acontecimiento, está el testimonio, la voz de insustituible del protagonista o el testigo de la historia. Género literario y periodístico, herramienta de investigación, en tiempos de oscuridad, cuando la información es objeto de velo o censura, se convierte en un documento único para aproximarse a la realidad, en una ventana para ver la injusticia a través de los ojos de las víctimas, para experimentar lo que de otra manera sería una referencia vaga, para fijar en la memoria episodios que sin ese registro estarían condenados a la disolución y al olvido.
Los testimonios tienen enorme valor como piezas de denuncia aunque no pocas veces alcanzan la fuerza poética de una obra de arte. Es el caso de un libro desgarrador como Voces de Chernóbil, que en sí mismo justifica el premio Nobel que en 2015 se concedió a su autora, la periodista y escritora bielorrusa Svetlana Aleksiévich. Puede considerarse un sólido alegato contra el poder de un estado sordo e inescrupuloso, pero, sobre todo, es una mirada compasiva en el corazón de gente sencilla que ve como sus hogares y la vida a su alrededor se destruyen por fuerzas cuya violencia ni siquiera sospecha y sobre las que no puede ejercer ningún control.
Los testimonios nutren hoy una buena parte de los reportes periodísticos que se escriben sobre la situación venezolana. Ellos suplen la falta de datos oficiales sobre las penurias a las que está sometida la mayoría de la población y se contraponen al discurso que pretende negarlas o minimizarlas. Su uso permite que se escuche la historia de madres que deben sacrificarse en horas interminables de cola para poder comprar leche o pañales, de pacientes crónicos que deben recorrer decenas de farmacias y droguerías con la vana esperanza de encontrar un medicamento, o la de padres que se sienten impotentes porque no encuentran siquiera dónde comprar un pan para su familia.
Para la versión oficial, el sufrimiento del hombre y la mujer de a pie siempre será lo de menos, pues para ella no supone nada la catástrofe que para un individuo puede resultar del racionamiento discrecional de bienes básicos y de otras medidas estatales. Las personas se convierten así en masa, en multitud, en un ente sin derecho a ser escuchado. Pero para quien recoge el testimonio para transformarlo en documento periodístico, científico o literario, es precisamente la deshumanización a la que se somete a quienes viven al borde de la supervivencia lo que constituye el eje fundamental de la historia. Esa memoria reconstruida y rescatada es el espejo sobre el que tendremos que mirarnos, será la voz futura que nos interpelará, nos juzgará y a la que tarde o temprano tendremos que dar una respuesta.