La estudiante de 2do. Semestre de Psicología de la UCAB, Mariana Paquin, describe el espíritu de amor al trabajo que mueve a profesores y estudiantes del Instituto San Javier del Valle, adscrito a Fe y Alegría en Mérida, aun en medio de la amenaza de cierre de cátedras por falta de personal o recursos.

El alma de un hombre yace donde florecen sus sueños. Aun antes de sentir los primeros rayos del sol, el espíritu del padre José María Vélaz (fundador del movimiento Fe y Alegría, fallecido en 1985), ve pasar, desde su último lugar de descanso, muchachas con trenzas y muchachos con botas amarillas, que regresan a la hora del desayuno con las suelas llenas de gallinaza y el rostro colorado por la caminata desde las vaqueras. También caminan por allí aquellos que, justo después de comer, toman la colina que los lleva a los tornos, a las fresadoras y a los talleres de textil, o el grupo cuyo camino es más corto hasta el salón de inglés. Escenas en las que el lema del padre Vélaz –“Educación para la vida, educación para el trabajo”– refulge de vida en el Instituto Fe y Alegría San Javier del Valle, en el estado Mérida.

Cuando el domingo pasamos frente a busto del padre (cuyos restos reposan en los espacios del Instituto) era temprano pero íbamos tarde, unos pasos por detrás de nuestros guías, quienes eran parte del equipo de mantenimiento de ese fin de semana. Por su andar de paso ligero, conversando y prestando poca atención al recorrido, no era difícil notar que sus pisadas están acostumbradas al camino y que ya forma parte de ellos la rutina de sacar a pastar a los ovejos, primera orden del día al llegar a nuestro destino.

Tenga cuidao’, que esa es la brava– nos dijeron cuando intentamos sacar una de pelaje oscuro y en degradé.

Así, estudiantes de todas las menciones que ofrece la institución sustentan el 80% de su alimentación, turnándose para colaborar con el cuidado de animales, cultivos y demás áreas productivas del colegio. En los cultivos extensivos (granos, papas y otras leguminosas), los alumnos ayudan en su limpieza, raleo y cosecha. Y son ellos quienes marcan la pauta en los cultivos intensivos o pedagógicos, esos que van por la línea de hortalizas y todo lo que son ramas, monte, cebollín; lo que se siembra a pequeña escala. Sin embargo, no están solos en su labor. En palabras del profesor Luis Varela -maestrillo jesuita y profesor de Agropecuaria- “trabajar con ellos es muy bonito cuando realmente usted se pone sus botas de caucho y se ensucia. Enseñarles con el ejemplo y mostrarse comprometido compromete a quienes les enseñas.” En San Javier, los pastores huelen a ovejas.

A las 2 de la tarde emprendimos un camino más largo que el matutino, con Jesús a la cabeza de nuestra comitiva, asegurándonos que ese era el camino más corto.

¿Falta mucho? – pregunta espontánea e inevitable al vernos ante una colina larga y empinada.

Venga pues, si eso está ahí mismito– reía nuestro guía de 5to año, señalando una casa blanca vagamente visible a la distancia.

Cualquier retazo de cansancio se desvanece al ver el ánimo en los ojos de Jesús al ordeñar y su pericia amansando a las vacas, amarrando sus patas para la faena. Ánimo únicamente comparable al de los muchachos de Arte Puro mostrándonos sus proyectos de emprendimiento, los pantalones cosidos por ellos mismos o los bates que modelaron en Ebanistería, a la par del entusiasmo en la explicación de cómo encender motores con los circuitos construidos por la que será, desafortunadamente, la última promoción de Electricidad por ahora.

No existe vacuna contra las adversidades a las que se exponen las instituciones venezolanas en la actual condición del país. La escasez de personal docente y el costo en los insumos escolares para los estudiantes es una realidad en todos los centros educativos, y para el internado ha resultado en la difícil decisión del cierre de esta mención para el próximo año académico. Incluso para Agropecuaria, la sección con mayor fuerza del instituto, la mano de obra esencial para el trabajo es reducida y los repuestos para maquinaria pesada como el tractor podrían llegar a rondar los 1.000 dólares, llevando a la escuela a manejarse como en los viejos tiempos, a través de bueyes, mulas y otros animales de tracción. Tampoco es sencillo el viaje hasta el puerto Santander, en la frontera con Colombia, para conseguir fungicidas y herbicidas.

A pesar de ello, soluciones constructivas fluyen en el seno de esta reserva hidráulica y forestal asentada en el Área bajo Régimen de Administración Especial del Valle, que protege, forma e impulsa hacia lo alto su más preciado recurso: el ingenio, el talento y el brío de sus muchachos. Una escuela que comprende que la capacidad de crear e innovar ante adversidades y oportunidades es vital en el proceso de educar a sus estudiantes para vivir.

El alma del padre Vélaz yace más allá de este instituto donde, en 1977, sembró sus esperanzas. Hoy en día, sus sueños florecen en los corazones andinos, barineses, apureños y hasta zulianos que ocuparán los espacios de esta sociedad en reconstrucción.

♦Texto: Mariana Paquin. Estudiante de 2do. semestre de Psicología y participante de PAZando 2020/ Foto: Dirección de Identidad y Misión UCAB


PAZando es un programa de inserción social estudiantil, promovido por la Dirección de Identidad y Misión de la UCAB, a través del cual los participantes viajan a distintas comunidades rurales del país, con el fin de conocer la realidad que viven sus habitantes, intercambiar experiencias y ofrecer apoyo y atención desde su área de competencia, todo como parte de la misión de la universidad de formar profesionales solidarios y comprometidos con los sectores vulnerables.

Esta crónica forma parte de una serie que busca dejar testimonio de cómo la experiencia de PAZando cambia la vida de los estudiantes que se involucran en este proyecto.

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