El sacerdote jesuita llama a padres, maestros y comunidades a luchar para que se mantengan abiertas las instituciones educativas públicas, aun en condiciones precarias, tal como ocurrió con las primeras escuelas que levantó Fe y Alegría, allá “donde termina el asfalto”

Fe y Alegría cumplió la semana pasada 67 años, con 100.000 alumnos en Venezuela y un par de millones en 23 países en 3 continentes. Aquella insignificante semilla venezolana resultó tan buena que se extendió por el mundo. Ahora llueven alabanzas, pero conforme a la ley no tenía derecho a nacer y con una supervisión diligente aquella lamentable escuela hubiera tenido que abortar.

Nace en el 23 de enero, en Catia, en un pobre rancho sin condiciones para escuela, con los niños sentados en el suelo, sin sillas ni pupitres, con dos maestras adolescentes de 15 años con estudios de sexto grado. Tampoco había presupuesto e inventaron la primera rifa con los zarcillos que donó una joven voluntaria universitaria de la UCAB. Es patente la negligencia del Ministerio de Educación, no solo con esa escuela, sino con cientos de Fe y Alegría que fueron naciendo en Venezuela y en otros países de América Latina. Incluso se glorían de nacer “donde termina el asfalto”.

Justificados por la necesidad

Los miles de ranchos colgados en los cerros “invadidos” crearon gran parte de la ciudad de Caracas. Naturalmente eran barrios ilegales y sin condiciones, pero ninguna autoridad los pudo sacar, a pesar de los intentos de desalojo con más o menos violencia policial; siempre regresaron justificados por su necesidad de vivir, que está por encima de toda formalidad jurídica. Con ellos nació esta Fe y Alegría “ilegal”, que hoy es una respetable y condecorada dama de 67 años.

Yo lo celebro, principalmente, porque en la actual coyuntura de tragedia nacional y ruina educativa miles de centros educativos venezolanos tienen que renacer sacudidos por la necesidad vital de hacer lo imposible para volver a surgir y hacerlo con calidad. Incluso universidades de tanto prestigio como la Universidad Central o la Simón Bolívar solo podrán renacer si actúan como la primera escuela marginal de Fe y Alegría, guiados por la necesidad y sin las condiciones deseables.

La actual situación oficial y legal los deja con 10% del presupuesto necesario, con el cual no les es posible seguir existiendo, pero nada peor que permanecer callados y cerrados esperando que el Estado quebrado venga a financiarlos con las manos llenas. Los dolientes de cada centro educativo en todos los niveles, desde el maternal hasta los postgrados, deben tomar con tal seriedad su necesidad de seguir abiertos y producir calidad educativa; seguir y educar aun despojados de los medios más básicos.

Para eso hay que provocar una desbordante poblada de educadores, educandos, familias, Ministerio de Educación, empresas y fundaciones, preguntándose cada uno qué puede aportar para que las escuelas de 10 millones de venezolanos renazcan. Con presupuestos que no llegan al 10% de lo necesario, con maestros y educadores que no ganan ni siquiera para una comida diaria, carentes del soporte telemático, con cientos de miles de ellos que han tenido que dejar el plantel y con frecuencia el país para que su familia sobreviva.

Juntos para renacer

En esas condiciones se explica y se justifica un encuentro de sobrevivencia entre familias, educadores y educando para juntos producir el funcionamiento creativo de la escuela que parece imposible e ilegal, como imposibles e ilegales eran hace 67 años los primeros centros de Fe y Alegría. Ese es su prodigio y grandeza: pusieron por encima de todo la vida y la esperanza de los niños y de las familias, activaron colaboración y ayudas, y juntos levantaron lo que hoy celebramos. Ahora la mejor manera de celebrar es actuando con el mismo espíritu, pues de lo contrario no tendremos ni escuela, ni liceo, ni universidad, ni país.

En rueda de prensa del 4 de marzo, la profesora Noelbis Aguilar, directora del programa Escuela de Fe y Alegría, manifestó las graves dificultades que tienen con los salarios  de hambre, sin recursos para mantener las escuelas y con educadores y educandos carentes de medios telemáticos para complementar la educación presencial con el telestudio. Nos dice la profesora Aguilar: “A pesar de las circunstancias en un contexto de crisis no se cerraron las escuelas”. En Fe y Alegría, 30% del personal abandonó la escuela para sobrevivir y en las escuelas del Estado el porcentaje puede llegar al 70%; la pérdida mayor es en educación media general y media técnica. En Fe y Alegría, para sostener la escuela han contado “con el apoyo de los mismos maestros, los padres y representantes, organizaciones que aportan comida, útiles, reparaciones menores”. Maestros y familias han organizado horarios y suplencias de acuerdo a los tiempos posibles de educadores que se rebuscan con otros trabajos. El sueldo, dice la profesora, no podría ser menor de $ 400 mensuales, que es la canasta básica.

Las escuelas y universidades no se abrirán en condiciones ideales, sino en precario, como fue el nacimiento de Fe y Alegría hace 67 años. Y desde el centro educativo abierto -como un centro de refugiados- se avivará el diálogo y las exigencias con el Ministerio de Educación y con toda la sociedad civil.

Celebramos el espíritu fundacional de Fe y Alegría contra la resignación y la fatalidad, tan necesario hoy para inventar nuevas formas de educación, colaboración y sinergia entre los diversos factores. Por encima de todo está la necesidad del niño, del joven y de Venezuela de recibir educación de calidad. La necesidad manda y tiene que nacer un nuevo Estado obediente a la sociedad y sus urgencias vitales, no secuestrado por ningún partido político o grupo de poder.

*Foto: Fe y Alegría