El sacerdote jesuita sostiene que ningún gobernante podrá vencer la pobreza y lograr crecimiento, si no supera las etiquetas políticas y combina el liberalismo económico con inclusión social

Es evidente que América Latina no tendrá un futuro esperanzador si no logra enrumbarse con al menos un par de décadas de crecimiento sostenido, combinado con sistemática y creciente reducción de la pobreza. Las llamadas “izquierda” y “derecha”, al llegar al poder, no pueden ser exitosas sin incorporar lo que en su campaña unilateral han proclamado como detestable: la «izquierda” necesita ingredientes de “derecha” y ésta de la “izquierda», para lo cual tienen que evitar lo prometido a sus seguidores.

Miremos a Chile, Brasil, Perú, Venezuela… En Brasil, Bolsonaro -con miopía de “derecha”- fracasó, el número de pobres creció y la economía languidece; pero Lula tiene que «desizquierdizarse» para ganar y hacer un gobierno exitoso. Mientras no se cure la miopía, la pendulación entre derecha e izquierda seguirá revolcando a nuestros países entre el fracaso y la impotencia. Necesitamos políticos-educadores de conciencia pública, que sean como médicos pragmáticos, libres de prejuicios ideológicos y centrados en la cura efectiva del enfermo.

Pensemos en las últimas elecciones de Perú y Chile. Quien las gana tiene que gastar tiempo, energía y popularidad para demostrar que él no es lo que prometía su etiqueta de “izquierda”: el Presidente de Chile, Gabriel Boric, que parece inteligente y sensato, tiene que demostrar que no se opone a la empresa privada, que no está de acuerdo con el desastre venezolano y nombrar ministros que no espanten las inversiones, etc. Este desgaste en demostrar que no es lo que se decía que era le lleva a perder, en los primeros meses, un tercio de sus votantes y a convencer a los que no se fían.

En Perú, desde el primer día quieren destituir al “izquierdista” que eligieron, pues una cosa es el voto protesta y otra la escogencia de una persona capaz de unir al país para remediar graves problemas. En Colombia, en la segunda vuelta prometen «desderechizarse» y ya se discute cuál de los dos será peor para el país. Y por ahí van grandes como Brasil, México y Argentina y pequeños como Honduras y El Salvador; mientras que en Nicaragua, Cuba y Venezuela los hechos y la ruina nacional borran el paraíso que pintan las palabras.

Ningún país tiene futuro si no es capaz de jugar en equipo en este campeonato mundial que son la economía y la superación de la pobreza. En América Latina tenemos 200 millones de pobres, con pobre educación y pobre preparación ciudadana y productiva, con lo que toda la sociedad está derrotada.

Está claro que hoy en el mundo no hay más economía que la capitalista. Por eso China y el Bloque Soviético cambiaron su fracasada economía marxista estatista. Pero hay capitalismos de vida y de muerte y la discusión pragmática está en cómo hacer lo uno y evitar lo otro. La dinámica productiva requiere un modelo de inversión para ser ganadores, promoviendo las potencialidades sociales de todos con buena educación y salud básica, y generando en la sociedad nuevos niveles de CONFIANZA SOLIDARIDAD y oportunidades para el esfuerzo de todos. El de “derecha” que llega al poder solo tendrá éxito si deja su miopía y pone en marcha las mejores políticas sociales (salud, educación, confianza y solidaridad…) casadas con las políticas productivas de creciente inversión y productividad. También el de “izquierda”.

Un ejemplo de fracaso. En Venezuela el régimen actual llegó para derrotar la pobreza y ha logrado todo lo contrario: ahora somos pobres los pobres, la clase media y los profesionales; hasta la banca es inmensamente pobre. Son hechos, no ideología. La educación actual en nuestro país es pobrísima y la de los pobres está en la indigencia; pero la más pobre es la más “izquierdista”, aquella que defendía la exclusividad estatal en el financiamiento y en la gestión. Si no nos libramos de ideologías que disfrazan, no tendremos la deseada UCV (ni las demás autónomas) vigorosa y renacida con financiamiento tripartito, con aportes del que se beneficia, del Estado y de la sociedad, de diversos modos. Esta solución (no hay otra) es bloqueada por quienes piensan que cobrar es reaccionario; la educación es costosa y alguien la paga. Hay que buscar, sin prejuicios ni bloqueos, la forma más razonable y diferenciada de cofinanciarla.

Por ejemplo, en la educación preescolar y en la básica se necesita que las familias de los niños se movilicen en solidaridad con sus maestros para que estos no se tengan que ir de la escuela y del país para poder comer. Es un escándalo que, al final del año escolar, haya muchas escuelas del Estado tan deshechas y saqueadas, como si hubiera pasado el enemigo, y que el gobierno-Estado tenga que hacer cada año inversiones millonarias para repararlas. Las familias tienen que aferrarse a su escuela pública y cuidarla, pues no hay repuesto. La escuela llamada “privada” es también pública, aunque no exclusivamente estatal, sino de la sociedad. Con el modelo estatista ideologizante cubano no hay futuro.

Así mismo, la economía expropiadora y estatizada ha demostrado en los hechos su fracaso y su naturaleza reaccionaria. Por eso en Venezuela este régimen estatizador de ayer quiere ser privatizador para poder sobrevivir en el poder. Pero no hay solución con el juego de “derecha” y de “izquierda” (explotadores y explotados), sino donde empresarios y trabajadores se reconocen y unen sus capacidades y logran beneficios compartidos. Lo mismo para 80% de los venezolanos renacerán las escuelas y hospitales, públicos y tripartitos. También es pública y tripartita la escuela “privada” que sobrevive fortaleciendo la alianza escolar de familias, educadores y gobiernos sin miopías de derecha o de izquierda.

*Foto: Europa Press