María Magdalena Ziegler sabe mejor que nadie que el arte y la guerra pueden marchar juntos. Ella participó en el foro que el Instituto de Estudios Históricos organizó con motivo de los cien años de la Gran Guerra, en mayo. Ziegler ha estudiado lo que significaron las artes plásticas como retrato del arrojo y el horror
Desde el octavo grado supo que se dedicaría al estudio de las artes. Su materia preferida fue Educación Artística. Luego de todos estos años de estudio entre la historia y el arte, puede hablar con propiedad sobre una guerra que concilió en las trincheras, en medio del frío y los 7 millones de muertos, el dibujo, la pintura o la fotografía con el miedo y la desesperanza. Se le pregunta por las imágenes que la hayan impresionado de la Primera Guerra Mundial, dos en particular.
−Una imagen, que es la vista interior de la Catedral de Reims luego de los bombardeos alemanes del 3 de agosto de 1914. Es terrible. Un golpe bajo a la moral del pueblo francés. Creo que esa afrenta que se demuestra en las guerras hacia la cultura del otro es impresionante. Y la otra es “Los soldados sin nombre” de Albien Egger-Lienz.
−¿Hay gran diferencia entre la cantidad de obras que representan a la Gran Guerra como un desastre y las que la representan como un acto de nacionalismo?
−No hay una exactitud de cifras. Buena parte de esas obras encargadas por organismos gubernamentales seguramente están en sótanos, olvidadas a propósito, porque la exaltación de la guerra no es lo más apropiado después de dos guerras mundiales con los saldos que tuvieron. Son más visibles aquellas obras que muestran la crudeza de la guerra, y aun así estas obras han salido a la luz mayormente durante los últimos tres años, a propósito del centenario.
−¿Es posible adaptar la idea de crónica a las pinturas y dibujos de la guerra?
−Definitivamente sí. Hay artistas que no subliman las cosas, no las hacen bonitas, no las embellecen, yo podía hablar de Otto Dix, en el caso de la gran guerra; pero también está Goya y los fusilamientos del 3 de mayo. Hay mucha ironía, mucho sarcasmo en esas pinturas. Dix era soldado alemán, representó a sus compañeros, que se convierten como en una especie de robots al colocarse las máscaras de gas que los dejan sin identidad. Representó la masacre, los cadáveres.
−¿Hasta qué punto debe un artista arriesgarse por retratar un momento?
−La verdad, no me gustaría estar en ese lugar (risas). El primero que planteó esto fue Robert Capa, cuando plasmó la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. Encontrarte frente a una persona que se está desangrando y se debate entre tomar la foto o salvarlo. Otro ejemplo es Kevin Carter, quien ganó el premio Pulitzer por fotografiar a un niño famélico de Sudán con un buitre atrás. Yo creo que es una cuestión ética muy personal, es un debate constante de qué es lo más importante.
−¿La fotografía es una forma de plasmar la realidad de manera más cruda que la pintura?
−Yo he visto fotografías que no me dicen absolutamente nada, veo un grabado de Otto Dix y me dice más que mil fotografías de la guerra. Yo creo que no depende del medio que utilices, no depende de si es fotografía, grabado, escultura; depende de la sensibilidad, del mensaje que quiere transmitir el autor.
−¿La pintura ha sido sustituida por la fotografía?
−No ha pasado a un segundo plano, el arte se ha transformado. Lo que nosotros llamamos arte hoy, pues en el pasado se hubieran reído de uno. El arte es el producto de la necesidad humana de expresarse a través de recursos estéticos. Estos parámetros estéticos se sustituyen, se transforman, cambian. Creo que estamos viviendo un proceso muy acelerado, el arte va y se produce con nosotros, solo cambiaron los productores. El monopolio que tenían los artistas geniales del siglo XIX ya no existe. Todos tenemos una cámara en nuestros celulares; ahora las cosas las puedes capturar o guardar mediante una foto. Pero la pintura, por ejemplo, debe aportar otras cosas, nuevas experiencias.
−¿Cuál es la manifestación artística más significativa de los últimos 50 años?
−El videojuego. El arte desde que nació ha buscado crear realidades virtuales: las cuevas de Altamira, las catedrales góticas, todo eso es una realidad virtual. Cuando nos sentamos frente a una consola no solo vemos el trabajo de un programador; dentro de un videojuego hay toda una visualidad: la interactividad, los guiones, la creación de personajes, la música. El videojuego no es una obra cerrada, como por ejemplo La Mona Lisa que la ves en el Museo del Louvre y ya. El video juego se puede parar, se puede reiniciar, hace del jugador un autor también de la obra de arte.
Personalmente Ziegler
Su padre es descendiente directo de los emigrantes que llegaron a la Colonia Tovar. Su tatarabuelo era el único soltero que venía en el barco. Luego de un tiempo en la Colonia Tovar la familia se radicó en San Antonio; sus parientes se dedicaron al cultivo del maíz. «Por parte materna soy nieta de emigrantes españoles e italianos que se encontraron en Barcelona», dice.
Aprendió a leer cuando era muy pequeña. “Los libros eran mejores juguetes que cualquier cosa”, afirma.
Su padre poseía una biblioteca nutrida de libros de historia y libros ilustrados. Su atención se inclinaba hacia la lectura del pasado, y acerca de personas que hubiesen marcado una pauta en la historia. Al preguntarle si recuerda algún libro de su infancia con especial afecto comenta:
Había una enciclopedia en particular que recuerdo con mucho cariño: El Tesoro de la Juventud, tenía aproximadamente 25 tomos e incluía ciencia, literatura, juegos, historia, poesía. Ella me dio a posibilidad de ingresar al mundo del conocimiento de una forma completa.
−¿Practica alguna forma de las artes plásticas?
−No tengo ningún talento en particular. Desde pequeña me gustaba dibujar, todo lo que leo lo grafico. Trato de que esa prosa se convierta en una imagen que yo pueda entender y que venga de mí. Como historiadora del arte me he dado cuenta de que la creación artística no depende solamente de la inspiración, sino que también es un proceso técnico. He sabido apreciar el acabado final de una obra sabiendo que detrás hay una obra que debe ser dominada por el artista.
−¿Si hubiese podido nacer en otra época de la historia, cuál sería?
−Creo que no hubiese elegido otra época, me gusta la época que vivo. Sin embargo, me hubiese encantado presenciar la construcción de una catedral gótica. Claro que, para eso hubiese necesitado 300 años (risas).
Noor Pérez