Manuel Llorens

A su memoria
En una conversación casual, tuve el privilegio de escuchar a Luis Brito hablar de su experiencia fotografiando las muñecas de Reverón. “Estuve horas en la sala (de la Galería de Arte Nacional) tomando fotos y nada de lo que sacaba me gustaba.” Relató lo difícil que le había resultado una tarea que había acometido con mucha ilusión. Frustrado, se sentó en una esquina de la sala, como un muñeco más, desgarbado y cansado.
Al rato, volteó distraído, se encontró con la mirada de una de las muñecas y le sorprendió la sensación de vida que le transmitió. De pronto, contaba Brito, las muñecas adquirieron una vitalidad fantasmal. Emocionado, tomó la cámara e hizo un registro asombroso, espectral.
Las imágenes de esa serie de fotografías perturban y fascinan. Captura esa cualidad de la obra de Reverón que nos tienta a entrar al delirio. Son unas muñecas de trapo, pero también son una presencia de algo más allá. Evoca con fuerza lo que Freud denominó lo siniestro u ominoso. En un texto denominado precisamente “Lo siniestro”, el padre del psicoanálisis intenta explicar el origen de lo que en alemán se denomina Unheimlich en algunas obras artísticas. Comienza citando a otro autor que equipara esa sensación fantasmal a las muñecas “sabias” u otros objetos inanimados, que de pronto parecerían cobrar vida. La incertidumbre se cuela de manera inadvertida y se instala en nuestro cuerpo, difumina el límite entre la fantasía y lo real.
Me parece una buena definición para el arte. Me parece también que describe la calidad de la obra de Luis Brito. Su registro condensa su respeto por el país, su esfuerzo por retratarlo desde una mirada oblicua, tangencial, pero revelando la magia que le subyace. Retrató zapatos pisando las calles del mundo, los rostros de sus amigos, pescados languideciendo en el mercado; hizo registro de los manicomios abandonados del país, de procesiones religiosas, de manifestaciones políticas. Cuando le pedimos que nos ayudara con los talleres de arte con adolescentes que realizamos desde el Parque Social, nos trajo con el mayor entusiasmo muestras de su trabajo para compartir y se llevó a los jóvenes a su estudio en el centro de Caracas, entre Zamuro y Miseria (¿podría haber mejor nombre para la dirección de un estudio artístico?), a jugar con la luz y los lentes.
Me sorprendió la noticia de la muerte de Luis, hace una semana. Me sorprendió que tenía setenta años. Cuando lo vi interactuando con los jóvenes de Antímano y La Vega, no me pareció muy lejano a la adolescencia. “El Gusano”, como le decían sus amigos, fue un púber eterno, un personaje único, un entusiasta, un mago cuyo poder consistió en descubrir lo mágico que está afuera, un fotógrafo capaz de hacer revivir lo inanimado.
Extrañaré a Luis Brito, espero tropezármelo por allí en las imágenes que nos legó, sorprendiéndome al saber que algo de su chispa sigue viva en este país que a veces desanima y que él tanto intentó valorar.