Lissette González 

El pasado 8 de marzo se celebró el Día Internacional de la Mujer. Esta es una fecha propicia para revisar cuáles han sido los avances de las mujeres venezolanas hacia la igualdad de derechos. Desde el punto de vista formal, los logros a lo largo del siglo XX fueron muy importantes: podemos resaltar, por ejemplo, la conquista de la igualdad política al obtener las mujeres derecho a votar y a ser electas para cargos públicos, la eliminación de restricciones para estudiar o trabajar en cualquier ámbito, así como el logro de la igualdad de las mujeres en la familia con el Código Civil de 1981 (patria potestad compartida, ser copropietarias de los bienes de la sociedad conyugal). Sin embargo, que el Miss Venezuela siga siendo el programa más visto de la televisión nacional hace imprescindible preguntarse si esta igualdad formal ha significado un verdadero cambio frente al rol tradicional que se ha asignado a la mujer.

La respuesta depende del ámbito de la realidad que observemos. Por ejemplo, los avances en materia educativa han sido notorios al punto que ya en el último censo el promedio de años de escolaridad alcanzado por las mujeres es mayor que el de los hombres. Las mujeres venezolanas no tienen mayores dificultades para estudiar, allí se ha logrado un cambio radical del panorama.

En materia laboral la situación es distinta: las mujeres enfrentan obstáculos mayores que los hombres, que se reflejan tanto en una mayor  incidencia del desempleo, como en un menor ingreso promedio. En resumidas cuentas, la favorable situación educativa de las mujeres no ha tenido un efecto directo sobre su inserción en el mercado de trabajo. En la participación política la situación es aun más desfavorable: desde la década de los 90 la proporción de mujeres diputadas, concejales o alcaldesas se ha mantenido estancada, no hay mayores logros qué mostrar. El efecto de todo lo anterior es que en los resultados del Índice de Equidad de Género (2012) Venezuela aparece entre los peor situados de América Latina; los amplios logros en equidad de acceso a la educación se ven opacados por las dificultades observadas en las dos áreas restantes, participación en el mercado de trabajo y en la representación política.

¿Por qué persisten estas diferencias, a pesar de haber igualdad formal de derechos? Porque en nuestra cultura siguen existiendo fuertes estereotipos asociados al género y las mujeres de hoy siguen siendo evaluadas principalmente por su belleza y su rol como madres. Las niñas de hoy juegan principalmente con muñecas, al igual que hace 100 o 500 años; pocos padres le regalan a sus hijas hoy un microscopio, un juego de química o un lego… si no les permitimos explorar otras habilidades e intereses, no es de extrañar que la maternidad se convierta en la principal meta de las jóvenes, aun cuando hayan ido a la universidad.

La hipersexualización de las niñas a edades cada vez más tempranas y la obsesión por la apariencia que se expresa en prácticas que habrían sido impensables en mi niñez, como celebrar una fiesta de 6 años en una peluquería o un Spa, puede debilitar la autoestima de las niñas que no se parecen a ese ideal de belleza, posibilitando que surjan trastornos de alimentación, cuya incidencia la sociedad venezolana no está dispuesta a enfrentar. Este énfasis cultivado desde la infancia tanto en la maternidad como en la belleza, hace que para las jóvenes resulte natural dejar de trabajar o no tener interés en la política. Ellas lo eligen así. Pero, ¿es realmente una elección libre?

Paradójicamente, en este escenario de igualdad formal de derechos las múltiples dificultades que enfrentan las mujeres venezolanas han sido invisibilizadas. Falta todavía un largo trecho para alcanzar la equidad de género, pero el primer paso es develar las barreras y obstáculos existentes y asumir en cada espacio de la cotidianidad ese combate por que las mujeres sean concebidas como personas capaces y autónomas, libres para decidir sobre su cuerpo y el sendero de su propia vida, no solo como adornos para admirar o como las incubadoras de la generación de relevo