“En todo amar y servir” es ese valor de San Ignacio de Loyola que en la UCAB se inculca a estudiantes, profesores y empleados como máxima de vida. Luis Marcelo Conde era un fiel ejemplo de esta enseñanza.

Nacido en Uruguay en 1972 pero criado en Venezuela, se graduó en 1996 en la Universidad Católica Andrés Bello de contador público y en esta misma casa realizó un postgrado en Sistemas de Información.

Su alma mater también fue su centro de labores, pues durante más de 25 años trabajó en esta institución, escalando posiciones desde beca-trabajo (primer puesto que ocupó cuando era estudiante) hasta llegar a ser el Coordinador de crédito y cobranzas de la universidad, cargo que desempeñó hasta el 11 de agosto de 2017, fecha en la que se convirtió en otra víctima fatal de la inseguridad en Venezuela.

Los que compartieron con él en la universidad dan fe de su espíritu de servicio y de su alegría.  “Luis Marcelo era una persona muy fresca, muy comprometida con su trabajo, un hombre muy creativo, un librepensador, afable, servicial y muy cariñoso”, afirma el rector, Francisco Virtuoso, quien lo conoció hace ocho años cuando asumió la rectoría de la UCAB.

“Creo que resumía muy bien los valores ucabistas por el compromiso que tenía con esta universidad –agrega Virtuoso. Se formó, creció y se desarrolló en estos espacios. Y más allá de cumplir sus responsabilidades formales, siempre manifestó un profundo cariño por lo que hacía, le impregnaba su amor por las cosas a sus compañeros y se preocupaba mucho por los estudiantes, con quienes se mantenía en contacto por estar a cargo del área de crédito educativo”.

Según cuentan sus compañeros, a Luis Marcelo siempre se le veía como en la foto que acompaña esta nota: el carnet de la UCAB al cuello, un crucifijo de madera y, más importante aún, una sonrisa a flor de labios.

“Era un hombre que no pasaba desapercibido –recuerda Audrey Ramírez, analista contable en el área de caja de la Dirección de Finanzas y quien trabajó con él durante varios años. Siempre usaba tirantes, corbatas coloridas y a veces se dejaba la barba larga y, como era pelirrojo, parecía un holandés. A él le gustaba mostrarse diferente y siempre nos decía que no podíamos ser del montón, que teníamos que hacer la diferencia”.

“Más que un amigo y un compañero de trabajo era un papá protector, un hermano considerado –agrega. Siempre estaba de muy buen humor, todo lo miraba con una lupa positiva, era una persona muy resiliente y capaz de insuflarte ánimo aun en los peores momentos. Tenía una habilidad inagotable de levantarse ante cualquier obstáculo y  convertir las experiencias negativas en oportunidades para crecer”.

Precisamente por esa manera de enfrentar la vida lo recuerda América Capote, cajera de la Dirección de Finanzas y quien vivió de su cerca su evolución dentro de la universidad.

“Era un hombre generoso, que todo lo compartía. Pero más allá de eso, yo siempre admiré a Luis porque pude ver cómo fue logrando cosas con esfuerzo desde que era estudiante. Era de esas personas que nos motivaba a todos a aprender más en la vida, a prepararnos, a no conformarnos con poco y a ver más allá. Siempre nos decía que en la vida todo es enseñanza y nos sirve para ser mejores personas y mejores profesionales”.

Audrey Ramírez también piensa en él como un hombre previsivo y emprendedor. “Siempre pensaba en el futuro. Era un hombre que invertía y planificaba. Estaba construyendo su gran sueño que era una casa en la Colonia Tovar y era como un muchachito emocionado cada vez que nos contaba cómo iba la construcción”.

“La última conversación que tuve con él fue precisamente sobre la casa que estaba levantando en la Colonia Tovar para convertirla en posada –apunta el padre Virtuoso. Esa era su ilusión y su proyecto de vida. Y por eso su muerte me impactó tanto. Porque ocurrió justo después de hablar con él y significó ver cómo a alguien muy alegre y muy centrado en lo que quería una muerte tan absurda le arrebató las ilusiones”.

Quizás por eso su partida prematura a los 45 años hace inevitable la indignación y constituye un nuevo campanazo de alerta ante la violencia que golpea al país.

“Su asesinato conmueve las entrañas porque nos muestra la aberración de nuestra sociedad –advierte Francisco Virtuoso.  Unos delincuentes lo mataron a él y a su padre para robarlos y lo peor es que no fue un hecho fortuito sino uno de los tantos que ocurren con total impunidad en la zona (Caucagua, Miranda), ante lo cual el Estado es cómplice porque es incapaz de garantizar lo más preciado que tiene el ser humano, que es la vida. No podemos acostumbrarnos a este tipo de sucesos. Esto no es normal”.  

“Soy creyente de que nos deberían pagar por resolver los problemas, no por cumplir horario” le dijo el propio Luis Marcelo a El Ucabista en 2016.   Este ejemplo expresado en palabras le queda a sus compañeros como la mayor enseñanza.

“Luis era profundamente ucabista –menciona Audrey Ramírez.  Y dio todo por esta universidad con un valor incuestionable: La honestidad. Conocía la historia, la misión, el himno, los objetivos de la UCAB, pero más allá de eso, llevaba el espíritu ‘Magis’ en su corazón.  Lo suyo siempre fue ir más allá. Para él era un reto hacer las cosas mejor. No solo se encargaba de su trabajo. Siempre preguntaba si necesitábamos ayuda para colaborar con nosotros. Siempre hablaba con los estudiantes y los orientaba. Estaba pendiente de todo y de la armonía de todos. Luis hubiese sido fácilmente un líder, no un jefe. Y los líderes son muy pocos”.

“Con eso debemos quedarnos –menciona el rector. Su profundo sentido de pertenencia a la comunidad universitaria se expresaba en creatividad, en compromiso y en su permanente deseo de superación y solidaridad. Yo creo que su legado es ese: el espíritu de un ser humano que expresa lo que queremos ser como ucabistas”.