John Fitzgerald Kennedy nació en Brookline, Massachusetts, en 1917, y fue el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos. Comenzados los años 40, decidió alistarse en la marina de su país y participó en la Segunda Guerra Mundial.

Tiempo después fue elegido diputado por su estado natal en representación del Partido Demócrata, luego de lo cual también fue parte del Senado. Finalmente, tras ganarle a Richard Nixon, llegó a la Casa Blanca, ejerciendo la primera magistratura de su país desde el 20 de enero de 1961 hasta su asesinato el 22 de noviembre de 1963.

Durante su período presidencial, JFK –como también se le conoció-  vivió la crisis de los misiles de Cuba, la construcción del Muro de Berlín, el inicio de la carrera espacial y la consolidación del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos.

En su primer discurso como presidente, expresó que los enemigos del hombre eran la tiranía, la pobreza, la enfermedad y la guerra.

Por ello, vale la pena destacar una sus máximas, por su vigencia e importancia:

 “El conformismo es el carcelero de la libertad y el enemigo del crecimiento”

No resulta extraño que JFK haya dicho estas palabras, porque siempre fue un defensor de la individualidad y los derechos humanos y su pensamiento estaba cargado de una lucha incansable contra la aceptación de las injusticias.

Por ejemplo, cuando un joven de piel negra llamado James Meredith fue tratado violentamente por estudiantes blancos que impedían matricularlo en la Universidad de Misisipi, el mandatario lo defendió públicamente para impedir que la resignación se apoderara de él y aceptara el rechazo que le imponía la sociedad.

Para comprender la máxima de Kennedy es necesario entender que el conformismo es la característica de aquella persona que acepta una situación no óptima o que no le satisface completamente. Implica sumisión, debido a que se rechaza internamente, pero se aprueba en público. Se trata de un proceso psicosocial, porque nuestra actitud, comportamiento y opiniones se modifican con base en las relaciones que establecemos con los demás.

Los seres humanos son conformistas por diferentes razones, que van desde la necesidad de ser aprobado, el miedo al rechazo, la incapacidad de liderar un cambio o el seguimiento de una persona por la cual se siente admiración o respeto.

Es importante no ser indiferentes ante las normas que nos parecen injustas. No porque algo sea ley significa que sea justo, al igual que no se puede considerar algo como irremediablemente bueno porque la mayoría lo crea así. Los tiempos van cambiando, cada vez conocemos nuestros derechos y deberes como seres humanos y tenemos que luchar por lo que nos corresponde.

Para evitar el conformismo se debe cuestionar la autoridad y pensar con autonomía. Una sociedad conformista es indiferente y fija su mirada únicamente en problemas inmediatos, desatendiendo así los asuntos colectivos que solo se pueden solucionar con el compromiso de todos.

Si nos convertimos en sujetos pasivos en nuestra vida, nunca podremos sacar adelante una sociedad democrática, justa e incluyente.  Un conformista no busca nuevas metas, sino que acepta con resignación la realidad que vive. Ante esto, es necesario recordar que la gente que va más allá es la que logra grandes cosas en su vida.

Según el psicólogo estadounidense Rollo May, “en nuestra sociedad, lo opuesto al valor no es la cobardía… lo opuesto al valor es el conformismo”. Por lo tanto, necesitamos una mentalidad proactiva para hacernos responsables de nuestro destino, abandonar el miedo al fracaso y el pensamiento de que es imposible realizar un cambio o contribuir con el progreso.

A lo largo de la historia se ha comprobado que la inconformidad resulta necesaria para luchar por lo que la humanidad merece y necesita. Sin la gente de pensamiento crítico que contradice lo impuesto por algún líder o grupo social no hubiera sido posible que muchos grupos sociales conquistaran reconocimiento y respeto ante sus pares o la ley. Gracias a ese espíritu rebelde hoy podemos hablar de democracia, libertad y derechos humanos.

En el ámbito venezolano, la máxima de Kennedy tiene hoy mucha vigencia, porque es habitual ver cómo muchos  ciudadanos comunes aceptan la pobreza, la inseguridad y la corrupción como cosas inmutables, quizás como recurso de supervivencia ante la posibilidad de verse atropellado por las fuerzas del gobierno.

 Pero no hay que olvidar que el conformismo puede ser una herramienta de  dominación político-psicológica de quienes detentan el poder, por lo que es necesario reaccionar y generar ideas personales y colectivas para salir adelante y ayudar a otros.

No hay que aceptar la frase “eso es lo que hay”, sino que debemos luchar por lo que en serio merecemos. Dejemos de usar como lema de vida el dicho “como vaya viniendo vamos viendo” porque esa es una forma de aceptar todo lo que ocurrirá en el futuro sin proponer cambios sustanciales para mejorarlo.

Entonces… ¿seguirás siendo un conformista o formarás parte del cambio?

♦Verónica Velásquez/Estudiante de Comunicación Social

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