La Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicó un informe, este 18 de marzo, según el cual la pandemia del coronavirus está impactando la economía global de tal forma que, en el peor escenario, podría dejar hasta  24. 7 millones de personas desempleadas en todo el mundo, la mayor cifra de desocupación desde la crisis financiera del año 2008, cuando 22 millones se quedaron sin trabajo.

Ante esto, la OIT sostiene que el “diálogo social tripartito entre gobiernos, trabajadores y empleadores es una herramienta clave para desarrollar e implementar soluciones sostenibles” que garanticen la salud de las organizaciones y, por ende, de sus empleados.

La emergencia por el COVID-19 pone de manifiesto una realidad que no es nueva: la mayoría de las organizaciones funciona en un entorno dinámico e impredecible. Cada vez con mayor frecuencia, aparecen circunstancias inesperadas que, por su tendencia dominante, se transforman en retos significativos que ponen la eficacia de las empresas en peligro.

Una organización es un sistema que interactúa con su ambiente, y todo lo que suceda afuera influirá en la dinámica interna. Así las cosas, parece fácil advertir que aquellas estructuras rígidas y centralizadas se afectarán negativamente ante la presencia de un imprevisto, mientras que las que muestren mayor flexibilidad responderán más rápido y mejor a la contingencia.

La manera como se ha desarrollado el Covid-19, por ejemplo, ha sido hostil; tanto, que prácticamente ha paralizado el planeta. Ante este enemigo, las empresas se han visto obligadas a desenvolverse en condiciones dinámicamente adversas, agresivas, de miedo y hasta de conflicto; por tanto, en extremo complejas.

En ese contexto inestable que experimenta el mundo en este momento, han mermado los recursos de todo tipo y el simple mantenimiento de la organización se hace cuesta arriba con el paso de los días.

Ante esa turbulenta realidad: ¿es posible que una empresa pueda ser eficaz? La respuesta no es sencilla, porque influyen simultáneamente muchos factores; sin embargo, es indudable que la adaptación del comportamiento organizacional a la situación – y esto tiene que ver con el liderazgo, un tema que no tocaré aquí por extenso y profundo-; el ajuste entre los procesos organizacionales y las características de la coyuntura, y la disposición permanente al rediseño y la autorrenovación, contribuirán a que pueda esquivar con éxito al enemigo, sea un virus o cualquier otra amenaza.

También parece importante que los trabajadores o colaboradores de las organizaciones pongan su granito de arena y apuesten por la flexibilización en las relaciones laborales, una alternativa que puede contribuir a garantizar la supervivencia de los puestos de trabajo en medio de un entorno de recesión.

Desde hace mucho tiempo el cambio es la regla y la estabilidad, la excepción. Las organizaciones, para entender y atender complejidades, deben proteger sus capacidades y a la vez estar en permanente autorrevisión, autoevaluación y valoración de experiencias, actitudes, modos y métodos de operar, y, consecuentemente, prepararse para ofrecer las nuevas respuestas que demandan sus públicos/clientes, internos y externos.

El entorno exige una acelerada velocidad de respuesta y una mayor capacidad de adaptación. El escaso o nulo control de una organización sobre las variables externas negativas les brinda, no obstante, una posibilidad que, aunque poco agradable, les permite aprender y aprehender. Y no la deben desperdiciar.

El conocimiento y su continua renovación bajo diversas circunstancias será el recurso estratégico para resistir, y el aprendizaje el detonante del proceso que garantizará una ventaja competitiva sostenida y repleta de posibilidades.

♦Texto: Tamara Slusnys. Periodista y profesora de la Escuela de Comunicación Social/ Foto: Freepik.es

 


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