Suenan las notas del Popule Meus del maestro Lamas; un ensordecedor bullicio y el  trajinar apresurado de los miembros de la Cofradía anuncian la llegada del Viernes Santo. La temperatura asciende vertiginosamente al calentar el sol. Una vieja casona alberga a tan especial huésped: El Santo Sepulcro. Cuentan que allí vivió José Tomás Boves, pero la casa está más que purificada. Una hermosa historia arropa la llegada de la venerada imagen al pueblo de Villa de Cura, ubicado en los valles de Aragua.

 El ambiente está impregnado de diversos olores y fragancias que se confunden con las orquídeas, las velas, las especias y los dulces que, con esmero, se preparan para ese día especial.

Desde todos los rincones, los villacuranos se alistan para acompañar al Sepulcro. Las calles se visten de violeta, blanco y amarillo, las notas del Himno Nacional anuncian que ya el Sepulcro abandona su morada para dirigirse a la iglesia matriz, San Luis Rey de Francia. A lo largo de esta lenta procesión nos tropezamos con el sonido de las matracas, los promeseros, las ánimas solas, los cargadores, herederos de un oficio que ha pasado de generación en generación.

Una Iglesia repleta de feligreses lo espera para rendirle culto.

Al caer la tarde emprende su viaje de regreso y una brisa fresca suaviza la inclemencia del inmenso vapor del día. La jornada culmina hacia la media noche cuando el Santo Sepulcro vuelve a su casa a la espera de una nueva travesía.

Este año no te veremos pasar, no te acompañaremos, no rezaremos a tus pies las siete palabras, no encenderemos las velas moradas, que alguien nos ha regalado en la procesión, pero sabemos que, hoy más que nunca, estás con todos y cada uno de los villacuranos que fervientemente clamamos tu protección.

♦Texto: María Soledad Hernández. Directora (e) Instituto de Investigaciones Históricas UCAB/ Foto: www.elclarinweb.com