Líderes mesiánicos, populismo, falta de acceso a servicios de primera necesidad, corrupción en todos los sentidos y estancamiento político, económico y social, son las imágenes que saltan a la cabeza de cualquier persona cuando piensa en Latinoamérica y el Caribe. Aunque en cada país las raíces son distintas, dentro de los vecinos de la región afloran los mismos problemas y se cosechan frutos semejantes.

Latinoamérica se ha caracterizado por estar en un constante péndulo ideológico, yendo de extremo a extremo político sin encontrar una estabilidad clara. Como consecuencia, se posicionan líderes populistas con ideas utópicas que, en su mayoría, esconden la intención de perpetuarse en el poder. Esto ha traído, a toda la región, problemas como democracias frágiles, manejo inadecuado de recursos, políticas públicas ineficaces, debilitamiento de las instituciones y corrupción. Además, se ha propagado una narrativa divisoria entre un “nosotros” -los buenos- y “ellos” -los malos- para excusarse por la ineficiencia a la hora de responder a la necesidad de los ciudadanos.

Con la pandemia por COVID-19 no se han generado nuevos problemas en la región, sino que se han puesto de manifiesto las consecuencias de la mala gestión pública que el subcontinente padece. El acceso al agua, luz, internet de calidad, educación e incluso a la salud, por nombrar algunos servicios, ya peligraba antes del coronavirus; sin embargo, con la pandemia el disfrute de estos derechos básicos se ha convertido en un privilegio.

A inicios de junio y en el contexto del aumento descontrolado de casos de infectados en Latinoamérica, Michael Ryan, director de emergencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS), aseguró que se necesitaba un liderazgo político a la altura del momento.

“Lo que vemos desde México hasta Chile es una tendencia de aumento de los casos… Es un momento de gran preocupación, y es un tiempo en el que necesitamos un fuerte liderazgo de los Gobiernos, así como una gran solidaridad con la región para controlar esta enfermedad”, dijo Ryan, quien advirtió que “la epidemia en América Central y del Sur es la más compleja de todas las situaciones a las que nos hemos enfrentado a nivel mundial”.

Toda esta situación pone de manifiesto la necesidad de nuevos líderes, con pensamiento crítico, que desarrollen y ejecuten planes de acción con miras a fomentar la democracia, la cohesión social y el bien común; líderes que direccionen la actividad política al servicio de la sociedad.

Cinco malas decisiones durante la pandemia

Las razones por las cuales el continente y sus islas llegaron a ser el nuevo foco de contagio de la COVID-19 se pueden resumir en cinco, según reseñó la BBC en un artículo publicado en junio:

1- Cuarentenas mal sincronizadas. Carlos Arturo Álvarez, médico infectólogo y profesor de la Universidad Nacional de Colombia, señala que “si en un país no están circulando casos de coronavirus no tiene sentido aislarse, porque nada se va a lograr.  Al contrario, si se espera tener muchas casos circulando en las calles, costará mucho más trabajo contener la propagación”.

 2- Contagios importados. Millones de latinos migrantes alrededor del mundo, producto de su preocupación por la pandemia, han tomado la decisión de volver a sus respectivos países sin saber que estaban contagiados.

3- Fallas en los sistemas de salud. Muchos de los países de la región no tenían y no tienen la capacidad real para atender una pandemia.

4- Mensajes e información poco clara. La información en todo momento es importante; pero, en los momentos de crisis, los mensajes claros y coherentes son los que logran mantener a la ciudadanía tranquila. La información poco clara hace que predomine el caos por encima del orden.

5- Una economía precaria. La mayor razón por la cual los confinamientos en la región no han tenido la misma efectividad que en Europa, es debido a que muchos países cuentan con una cantidad de empleos informales. De hecho, en muchos casos son tantos como los formales e incluso los superan. Muchas familias no pueden quedarse en sus casas esperando a que llegue el salario del mes.

Estos hechos son, en buena parte, consecuencia de ideales utópicos, extremismos políticos y ponderación de intereses personales y de grupo, por encima del bienestar colectivo. Todos ellos, a su vez, contribuyen a impedir que se aplane la curva de contagios en casi toda la región. Y es importante considerar que mientras la región siga teniendo problemas económicos y sociales tan severos, será difícil afrontar la pandemia y la población vulnerable continuará siendo la más afectada.

De la crisis de liderazgo a la crisis económica

Antes de la pandemia, los países de Latinoamérica atravesaban contextos diversos, muchos de ellos estaban crisis y otros en la línea del progreso económico. Dentro de los primeros se encuentran, por ejemplo: Argentina, México y, por supuesto, Venezuela y; dentro de los segundos Chile, Panamá y Uruguay. En este sentido, cada país ha tenido sus propios retos y políticas públicas a corto, mediano y largo plazo.

Con la llegada de la COVID-19 y la consecuente paralización productiva de prácticamente toda la región, estos esquemas pre-pandemia han sido alterados en todos sus sentidos. Si bien es cierto que, a estas alturas, todavía no se puede dar una solución clara a esta problemática, al menos, es posible revisar ciertos aspectos que podrían ser de interés para entender lo que el coronavirus ha representado y representará en América Latina.

Durante el desarrollo de ésta pandemia se han diseñado tanto estrategias sociales como económicas. Las primeras se han cumplido con mayor facilidad y se resumen en el confinamiento -tanto voluntario como forzoso- para aplanar la curva de infección.

Por otro lado, medidas económicas, como la reducción de los impuestos y ayudas o transferencias directas a las personas, no se han implementado de manera eficaz. América Latina y el Caribe se han convertido en el foco de la pandemia, justamente porque no estaban preparados económicamente para responder a esta situación. Sin embargo, sin garantizar apoyo financiero a los trabajadores que arriesgan la salud colectiva al salir a casa para ganarse el pan, no será posible detener el contagio.

De momentos malos a momentos peores

Es necesario considerar que la pandemia causada por COVID-19 llega en uno de los peores momentos para el continente. De acuerdo con el informe “Enfrentar los efectos cada vez mayores del COVID-19 para una reactivación con igualdad”, presentado en abril por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), “la pandemia del COVID-19 impactó América Latina y el Caribe en un momento de debilidad económica y de vulnerabilidad macroeconómica”. El reporte indica que, entre 2010 y 2019, la tasa de crecimiento del PIB regional había disminuido de 6 % a 0,2 %. Por ello, la caracterización de la pandemia como crisis sanitaria, económica y social es cada vez más evidente.

De hecho, el organismo señala que la COVID-19  «será la causa de la mayor crisis económica y social de la región en décadas, con efectos muy negativos en el empleo, el combate a la pobreza y la reducción de la desigualdad».  También, proyecta una caída de 9,1 % del PIB en la región para este año, además de una caída del comercio internacional entre un 13% y 32%,  debido al tiempo que tomará reactivar la producción y a las complicaciones que existirán entre los países que hayan superado la cadena de contagio y los que todavía tienen casos.

Como consecuencia, pronostica que habrá más de 30 millones de personas en situación de pobreza, debido a los quiebres de empresas que conducirán al desempleo. La desigualdad se hará mayor y el panorama más complejo, trayendo consigo nuevos desafíos que no seremos capaces de identificar a cabalidad hasta que no acabe la pandemia.

En su informe, la CEPAL ha propuesto paquetes de respuesta bajo cuatro líneas de acción: garantizar un ingreso básico de emergencia, bonos alimenticios, créditos directos para las empresas y, sobre todo, fortalecer el rol de las instituciones financieras internacionales.

Pero para aplicar cualquiera de estas medidas, se debe partir de un mismo punto: cortar la cadena de contagios. Por ello, está claro que nos encontramos ante un panorama poco alentador en prácticamente todos los sentidos.

 

La vulnerabilidad de los migrantes

Indudablemente, la mayoría de las personas han tenido que hacer modificaciones en su vida para sobrellevar la situación económica derivada de la COVID-19. Los migrantes, las personas de bajos recursos y las personas en situación de calle han sido los más perjudicados.

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) dio a conocer que la desigualdad en América Latina y el Caribe se verá intensificada como consecuencia de la pandemia generada por el COVID-19.

El PNUD estima que 42,7 millones de latinoamericanos viven fuera de su país de origen. Cada año 265.000 personas provenientes de El Salvador, Guatemala y Honduras, transitan a los Estados Unidos huyendo de sus países y más de 10% de la cifra total de migrantes latinos son venezolanos.

Sin embargo, a lo largo de los últimos meses hemos visto cómo muchos venezolanos que habían dejado el país, buscando mejores condiciones de vida, están regresando al territorio nacional, producto de las condiciones económicas, sociales y jurídicas en las que vivían en las llamadas naciones de acogida. Según cifras de Migración Colombia, a finales de junio más de 90.000 connacionales habían retornado a Venezuela por las fronteras de ese país desde el inicio de la cuarentena, en marzo. Esto ha empeorado la situación pandémica porque, por un lado, estas personas son muy vulnerables al contagio de la COVID-19 y, por otro, se está dando un giro a las tasas de pobreza, ya que los migrantes regresan en condiciones más precarias y con menos oportunidades de ayudar a sus familiares.

En búsqueda del retorno, todos los migrantes latinoamericanos -sin distinción de cual sea su país de origen- están siendo afectados por el cierre de las fronteras. Muchos de ellos, se ven obligados a permanecer en campamentos improvisados, en comunidades o centros de acogida y, en el peor de los casos, quedan en la calle en situación de indigencia.

Los que no tienen casa para quedarse

La situación para la población de bajos recursos no ha sido mejor. Debido al aumento de las tasas de desempleo o paralización de la economía, muchas personas se han quedado sin dinero para pagar el alquiler de su vivienda y otras se han endeudado para poder cubrir sus necesidades básicas.

Por otra parte, el riesgo de contagio entre quienes sobreviven en situación de calle es mayor, debido a su escaso acceso al agua potable y al contacto frecuente con superficies o personas que pudiesen estar contaminadas con el virus.

Aunque se han tejido redes de solidaridad para ofrecer alimento a estas personas, no será suficiente para atenuar la problemática. Por ello, es necesario que los países tomen acciones contundentes ante este panorama. Al igual que en el caso de los migrantes, algunos países han habilitado lugares desocupados -como hoteles o estadios- para albergar a los hombres y mujeres que no tienen hogar y tratar de evitar que contraigan el virus pero, indudablemente, no es suficiente.

En líneas generales, pocos gobiernos han tomado la decisión de ayudar a los migrantes y personas vulnerables. Ha sido necesario que los ciudadanos tomen acciones para  generar mecanismos de protección social que contribuyan a mejorar la calidad de vida de estos grupos vulnerables.

 

Los que se quedaron en casa y sufren en silencio

Por otra parte, muchas personas de bajos recursos, mujeres y personas sexualmente diversas se ven en riesgo de padecer problemas psicológicos en el largo plazo. Cambios en los hábitos de sueño, ansiedad, depresión e incluso trastorno de estrés post-traumático son posibles consecuencias del aislamiento.

Mujeres y niños que son víctimas de violencia intrafamiliar, ya no cuentan con su escapatoria diaria como el espacio laboral o académico. Día a día en América Latina y el Caribe resaltan noticias donde la violencia se hace protagonista. Sin embargo, la sociedad no percibe la gravedad y la frecuencia del problema.

Una de las causas que se le atribuyen a la violencia de género es el estereotipo del “derecho” al dominio sobre las mujeres, muy presente en la cultura latinoamericana. De acuerdo con estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada tres mujeres han sido atacada psicológica o físicamente por su pareja y terceros. En este sentido, Latinoamérica se considera la segunda región más peligrosa del mundo para las mujeres, siendo el primer lugar para África.

Además, cifras recopiladas por la CEPAL indican que cuatro de las cinco tasas más altas de violencia de género destacan en los países norte de Centroamérica (El Salvador, Honduras y Guatemala). Perú, por ejemplo, presenta una tasa  de muertes de 0.8 por cada 100,000 mujeres y el Caribe supera las cuatro muertes por cada 100,000 mujeres en países como Guyana y Santa Lucía.

Vale la pena destacar que la recopilación de la cifra de feminicidios está enmarcada en vicios, ya que dependen de que el Estado reconozca y categorice correctamente los actos de violencia de género.

Por otro lado, los niños que encontraban refugio en sus escuelas, y que suplantaban la relación afectiva de los padres ausentes por los de los docentes, hoy están en una situación desoladora. De acuerdo con el Centro Comunitario de Aprendizaje (CECODAP), los índices de intento de suicidio infantil en Venezuela han aumentado.

Así mismo, la Organización de las Naciones Unidas en favor del empoderamiento femenino (ONU Mujeres) reveló que en los hogares donde hay menores de edad, el aumento de la violencia contra las mujeres tendrá impactos negativos sobre estos.

En el caso de las mujeres, la ONU Mujeres explica que “para los perpetradores, perder el trabajo, la inestabilidad económica y el estrés, son hechos que pueden generar una sensación de pérdida de poder. Esto puede elevar la frecuencia y la severidad de la violencia doméstica, así como comportamientos nocivos y abusivos reflejándose en un posible incremento del acoso sexual en línea o en las calles cuando salen”; lo que aumenta, por consiguiente, los casos de violencia contra la mujer.

Por otra parte, la organización reportó un aumento de tensión en hogares donde la identidad de género de las personas LGBTI no son respetadas ni reconocidas sino más bien violentadas. No únicamente porque las víctimas no tienen escapatoria sino porque en situaciones de estrés los victimarios no manejan adecuadamente sus emociones, lo que hace más recurrente el número de agresiones.

Debido a impedimentos estructurales, en Latinoamérica no se ha podido cuantificar a niños, mujeres y personas LGBTI que han sufrido agresiones durante la cuarentena. De hecho, ONU Mujeres advierte una baja de denuncias debido a que las víctimas no pueden salir de sus casas para acceder a instituciones.

Aunque la recomendación es pedir ayuda a una ente en el cual la víctima confíe, las mismas organizaciones de la sociedad civil están limitadas, lo que amerita que sean los ciudadanos, nuevamente, los que desarrollen herramientas y se apoyen entre ellos mismos para dar solución a esta problemática.

De la necesidad de crear líderes comunitarios

En tiempos de crisis y mientras los recursos escasean, abundan las oportunidades de cambio. Pero para que el cambio sea posible se necesitan personas con pensamiento crítico, que propongan y lleven a cabo proyectos con soluciones innovadoras ante las diversas problemáticas que la pandemia de la COVID-19 ha generado en Latinoamérica. En otras palabras, líderes que influyan positivamente sobre personas, comunidades y realidades.

Para realizar cambios significativos dentro de una comunidad, es fundamental que exista una figura que acompañe a los grupos a atravesar situaciones adversas, genere análisis críticos, transmita seguridad y motive a otros a la acción. Por ello, la formación de líderes es la base de la resiliencia comunitaria en momentos crisis.

A pesar de que los mismos líderes se reconocen vulnerables por las mismas razones que afectan a sus pares, tienen la valentía de hacer frente a las dificultades y de generar cambios de paradigmas para desarrollar e implementar soluciones efectivas. De hecho, su vulnerabilidad es su punto de conexión con los grupos que lideran y fomenta una motivación personalísima que los diferencia de figuras de la política nacional.

La herramienta fundamental para romper con la narrativa mesiánica es la formación de redes de responsabilidad distribuidas en la comunidad, que contribuyan a la generación de espacios que fomenten nuevos liderazgos. Así las personas involucradas no serán únicamente espectadoras sino que propondrán, discutirán e implementarán soluciones, que terminen generando un impacto positivo para su comunidad y para la sociedad en general.

El carisma de Ignacio

La propuesta ignaciana, basada en el pensamiento y obra de San Ignacio de Loyola con su liderazgo como ingrediente principal, promueve la búsqueda y formación de líderes empáticos y sensibles, que tengan un equilibrio entre lo emocional y lo racional, un profundo conocimiento de sí mismos y la voluntad para amar y servir en todo su accionar.

Es decir, líderes que sean conscientes de la realidad que los afecta; competentes para afrontar la situación que se les presente; compasivos, con un alto respeto por la dignidad humana y comprometidos con una gran responsabilidad, para encontrar soluciones y llevar a cabo proyectos que estén dirigidos a mejorar las condiciones de precariedad social, económica, política y espiritual que padece la región.

De cara a la realidad post pandemia, el reto es promover e incentivar el líder que cada persona lleva dentro para que, con las herramientas adecuadas, construyamos una Latinoamérica con millones de focos de luz que se distingan en medio de la oscuridad.


*Este artículo y sus infografías fueron elaborados, como trabajo de cierre, por los alumnos ucabistas participantes del Programa de Liderazgo Ignaciano Universitario Latinoamericano (PLIUL) del año 2020.
Los autores son los siguientes: Isabella Reimí, Andrea Ojeda, Luis Angel Ceballos, Marco Licini, Mariangel Gélvis, Claudio Sorio, Zamiramys Vasquez, Constanza Guadarrama, Anthony Marquez, Gabriela Lara, Jade Vivas, Daniesa Almerida, Alana Carrasco, Camila Quintero y Samuel Omaña.