Saray Hernández, cursante de 8vo semestre de Sociología, relata sus días en esta localidad del estado Mérida, en la que compartió con alumnos de una escuela agraria de Fe y Alegría y aprendió la importancia de salir de la zona de confort para ver una realidad distinta

Esta vivencia comenzó desde el momento en que vi en mi cronograma que, del 11 al 18 de marzo, nos sumergiríamos en la experiencia llamada PAZando, para la cual nos preparamos con talleres de recreación, de primeros auxilios y de cómo estar listos para la comunidad a donde nos tocaría ir.

Luego comencé a pensar en que no conocía a la mayoría de las personas con las que iba a estar durante una semana y que, más allá de aprenderme sus nombres, no había compartido nada especial con ellas. En mi caso, siempre ha sido fácil aprenderme los nombres, pero aquí era prioridad de convivencia memorizar los nombres de todos, bien sea para poder comunicarme o establecer dinámicas necesarias.

Sabiendo que el autobús saldría a las 5:00 a.m. del 11 de marzo, nos brindaron la opción de quedarnos en la universidad la noche anterior. Escogí hacerlo, para que mi padre no se levantara más temprano para llevarme. La verdad fue una decisión fuera de lo común porque suelo preferir dormir en mi cama. Así, llegué a la UCAB alrededor de las 8:30 p.m. del 10 de marzo.

Me arriesgaría a decir que fue gracias a Ariana Ruiz e Isabella Hernández que rompimos el hielo con los demás compañeros de viaje, hasta que Jhonny Strozziere, otro de nuestros acompañantes, nos motivó a presentarnos. El camino, a pesar de que parecía eterno, fue muy agradable, aun cuando estuvo lloviendo, varias carreteras eran estrechas y al autobús que se dirigía a Tovar, nuestro destino final, le dio «mal de páramo». Justo ahí entendí que a los carros se les enfría el motor por el clima.

Fui copiloto un rato, desde un punto de Mérida hasta que arribamos a San Javier del Valle, penúltima parada de nuestro viaje. Lo más icónico ocurrió al llegar. Comimos todos juntos, en ese punto la mayoría teníamos señal de celular, pero el reto más grande fue -al menos para mí- bañarme con agua, no fría, no; ¡eso era helado de agua! como hielo para la piel y no niego los gritos que pegué mientras me duchaba: “¡Ay! Está fría”, “¡Uy! no puedo”… Pero se logró. ¡Primero muerta que mal arreglada!

Algo muy lindo de ese primer día fue el «círculo Magis», en el que ya todos estábamos dispuestos a vivir la experiencia, ya no había vuelta atrás y solo nos quedaba aprender y dejarnos impactar por la realidad. Desde ese momento les compartí un pequeño lema: “Somos todos o ninguno”.

A la mañana siguiente arribamos a la unidad educativa Hermana Felisa Elustondo, escuela agraria de Fe y Alegría donde trabajaríamos durante la semana. Así, el día dos quedó titulado «El encuentro». En nuestro caso, como eran chicos de primer año hasta sexto año con quienes compartiríamos, nuestros coordinadores -Jesús Romero y Daniel Rodríguez- nos dejaron elegir con qué grupo queríamos trabajar. En mi caso, decidí por primer año y mi compañero de equipo en esa misión fue Gerardo Graterol. Debo decir que la realidad es muy distinta; no es el típico salón de clase con muchos niños traviesos, sino que allí, por circunstancias como la pandemia y los problemas de transporte público, tuvimos en principio solo 3 niños que, además, eran súper silenciosos.

Claro está que nos veían como una cosa rara, hasta que logramos hablar de qué hacíamos y porque estábamos ahí. Gerardo tuvo ideas increíbles de ganárselos con juegos y contar anécdotas; por mi parte los hice reír porque ellos dibujan bellísimo y yo aún dibujo en palitos. Para jugar Stop yo era el comodín de ellos en cosas que no sabían; entonces pasamos de no hablar a que uno de los niños, que además era huérfano, bautizó a Gerardo como el amigo y el padre que quisiera tener, y a mí como su hermana mayor. Es lindo que una de las niñas me hizo saber que los dulces que compartimos con ellos tienen el mejor ingrediente que podamos darle, que es el amor; incluso ahí entendí el motivo de elaborar mis dulces y es que me encanta ver ese momento de felicidad en la cara de las personas, a pesar de un mal día.

El día tres podría llamarse «El reconocimiento». En esta jornada también hicimos equipos, unos para alimentar a los animales y el resto para el gran reto de limpiar el gallinero. En esta ocasión estaba con Carolina Pacheco, Ariana Ruiz, Gerardo Graterol, Andrés Luque y Daniel Rodríguez. Esto me trae el recuerdo chistoso de que para los muchachos de Fe y Alegría eso no es nada, mientras yo fui a buscar tapabocas para nosotros (mis tapabocas tienen dibujos con muñequitos y Daniel todo el tiempo se rehusó a ponerse eso). Sin embargo, fueron de gran utilidad por el olor que, claro está, no es muy agradable que se diga. También porque no es nuestra costumbre. Al final, entre caras y gestos e incluso luego de matar una cucaracha gigante (lo cual hice yo), se logró un espacio limpio, se fortaleció el vínculo entre nosotros y más o menos nos íbamos ganando a los estudiantes.

En esta historia de PAZando hay un día que recibe por título «Arriesgarse». Este fue el momento en el que nos pidieron ayuda para despejar la vía que se encuentra antes de llegar al colegio, la cual estaba obstruida por el desbordamiento del río. De antemano, a nosotros nos dijeron «pónganse ropa que se pueda mojar«. En ese momento recuerdo decir “yo no me traje ningún short porque es Mérida, debe hacer frío”; entonces Naomi Silva me prestó una licra y con mis cholas que aguantaron la pela -y a punta de palas, picos, palín y carretilla- estábamos todos: Jhonny Strozziere, Jesús Romero, Cehommy Rodríguez, Ariana Ruiz, Carolina Pacheco, Daniel Rodríguez , Daniela Reina, Gerardo Graterol, Ilai Guevara, Isabella Hernández, María Chacón, Mariana Fermín, Naomi Silva, Raul Agelviz, Valeria Montiel y Andrés Luque; y entre todos dimos lo mejor de nosotros para que el camino estuviese despejado y fácil de transitar.

El día «Impactarse» creo que no se resume en una sola jornada Esta palabra me acompañó durante todo el viaje: cuando caminé el trecho para llegar al colegio, que yo veía como largo, aunque en realidad no era nada en comparación con todo lo que caminan los profesores y los estudiantes para poder hacer sus oficios. También cuando vi que una estudiante de 16 años ya sabía cómo tratar a una vaca cuando nacen los becerritos, el cuidado hacia los animales y la siembra; o percatarme de que es normal cómo venden verduras, condimentos, dulces, ropa, zapatos y que, aun siendo unos niños, tienen esas habilidades, como si el miedo no fuese una opción y solo ponen coraje en lo que quieren hacer.

Tampoco puedo encerrar en un solo día el tiempo de «Comprender», porque tuve que experimentar esto para, incluso, decir “que fácil ha sido mi vida”, porque mi colegio me quedaba a dos cuadras y me llevaban en carro y en el bachillerato tenía transporte; porque en la universidad también me llevan y solo tengo que caminar una pasarela, mientras ellos se levantan al menos dos horas antes para empezar su camino. También porque conocí a un niño huérfano y me pareció que tenía una mirada triste, pero cuando sonreía era la cara más noble que pudieras ver. Comprendí que nos agotábamos al hacer oficios que ellos hacen todo el tiempo, inclusive sin malas caras, ni demostrar cansancio. Biasney es una de las chicas que me demostró que cuando se lucha se logra; aparte me dio un peluche que me acompaña en todo momento, como cada uno de los chamos que conocí está en mi corazón.

Después de este viaje me queda claro que actuar es salir de nuestra zona de confort para ver una realidad distinta. No creo que PAZando sea un cambio solamente para los jóvenes de las comunidades con las que compartimos; para mí, el compañerismo, lealtad y humildad son los elementos que nos transformaron y nos mueven para, a partir de ahora, sembrar y cosechar nuevos frutos.


♦Texto: Saray Hernández. Estudiante de 8vo semestre de Sociología y participante de PAZando 2023/Fotos: Cortesía Dirección de Identidad y Misión UCAB

PAZando es un programa universitario que se enfoca en la inserción social, el cual es organizado y promovido por la Dirección de Identidad y Misión de la UCAB. Los estudiantes de la universidad viajan a diferentes comunidades rurales en Venezuela para conocer la realidad que enfrentan sus habitantes, compartir sus experiencias y brindar apoyo y atención en sus campos de estudio y competencia. Esta iniciativa forma parte de la formación de profesionales integrales, empáticos, solidarios y comprometidos con los sectores más vulnerables.

El texto de Saray es el resultado del tercer taller «RePAZando el cuento», iniciativa formativa diseñada para los participantes del programa antes de que se adentren en las respectivas comunidades. El objetivo del taller es preparar a los estudiantes para que puedan dejar por escrito un testimonio de su experiencia en el viaje.

Si desea obtener más información sobre PAZando, así como sobre otros programas e iniciativas de la Dirección de Identidad y Misión UCAB, están disponibles sus cuentas de Facebook e Instagram: @ucabmagis.