En el foro “Centenario de la Gran Guerra” que el Instituto de Investigaciones Históricas organizó en junio, la profesora María Magadalena Ziegler presentó una síntesis de la guerra a través de la Historia vista como punto de partida para las artes plásticas; he aquí un extracto de esa charla
A tan solo seis semanas de la declaración de guerra a Francia por parte de Alemania, el 3 de agosto de 1914, el ejército germano infringiría a los franceses una herida terrible: 25 granadas serían lanzadas contra la famosa Catedral de Reims. La torre norte de la gran dama de Francia, el lugar de coronación de los reyes desde Clodoveo, se incendió de inmediato, expandiéndose el fuego a toda la madera de la estructura. El plomo empleado en clavos y vigas de los techos se derritió y se coló a través de la boca de las gárgolas de piedra. Vitrales del siglo XIII quedaron hechos añicos y la nave central de 138 metros de largo y 30 de ancho quedó cubierta de escombros. De este modo, el arte inauguraría las visiones del horror sobre una guerra que apenas se iniciaba.
Catedral de Reims al momento de recibir el impacto de las granadas lanzadas por el ejército alemán. (3 de agosto de 1914).
La guerra ha sido un tema recurrente en la historia del arte por diversas razones: porque permite exaltar al victorioso y porque permite humillar al vencido; porque permite mostrar la fuerza de un ejército y la debilidad de otro; porque permite mostrar las miserias humanas como secuela de los conflictos armados; porque permite desplegar un discurso de libertad ante la opresión.
PADECERLA DESDE DENTRO
Un conflicto armado de las magnitudes de la Gran Guerra ha despertado, y despertó en su momento, un sinnúmero de reacciones de todo tipo. Quienes acudieron a enlistarse lo hicieron en la mayoría de los casos con gran entusiasmo; lo sentían, además, un deber patriótico. Décadas de discurso nacionalista dieron sus frutos en el furor que causó la aparición de una posibilidad de luchar por la patria.
Evidentemente, una cosa es acudir a enlistarse y otra muy distinta padecer la guerra desde dentro. Muchos soldados y oficiales, en ratos de solaz o cuando tenían con ellos algún cuadernillo o papel para cartas, aprovecharon para registrar su visión de la guerra.
Podría sorprender lo que se encuentra en esos trazos dibujados muchas veces sin ningún talento, otras con una gran habilidad. Como por ejemplo esta delicada vista de la bombardeada ciudad francesa de Ypres, del capitán Gilbert Holiday, de la Real Artillería de Campo del ejército británico.
Capitán Gilbert Holiday (británico). La ciudad de la muerte, s/f. Tinta y tiza de colores sobre papel. 41 x 49 cm. Colección privada.
Holiday fue ilustrador para The Illustrated London News al tiempo que servía en el frente occidental de la guerra. Se dedicó a la pintura de caballos y temas ecuestres después del conflicto y sus obras, muy bien estimadas hoy, se venden entre las 50 y las 75 mil libras esterlinas.
En la misma línea de la obra anterior, aunque más sencilla, está la del teniente William Hugh Duncan, quien sirvió en el Regimiento de South Staffordshire. Como Holiday, Duncan se sintió atraído por las ruinas de la ciudad de Ypres, sobre todo por las de la iglesia de la que ambos toman la torreta del campanario.
Teniente William Hugh Duncan (británico). Ruinas de Ypres, 1914. Tinta y lápiz sobre papel. 35 x 27 cm. Colección Privada.
El soldado británico Joseph Kirkpatrick −quien se dedicó, luego de la guerra, a la ilustración en especial de escenas campestres− deja esta pequeña acuarela que él mismo tituló Hogar y que muestra a una familia cuya casa, en Lilles, ha sido destruida por los bombardeos.
Joseph Kirkpatrick (británico). Hogar, 1915. Acuarela sobre papel. 15 x 23 cm. Colección privada.
Un simpático soldado francés, cuyo nombre se ha perdido, deja esta ilustración de dos aviadores de la fuerza aérea francesa, ataviados con sus uniformes de rigor. Simpáticos son también los dibujos del sargento canadiense Herbert Gibson, quien mira con ligereza a sus compañeros y los representa con un toque caricaturesco.
Anónimo francés (F.A.G.). Aviadores, 1914. Carboncillo y acuarela sobre papel. 33 x 23 cm. Colección privada.
Sargento Herbert Gibson (canadiense). Varios dibujos humorísticos, 1917. Tinta y lápiz sobre papel. Colección privada.
Una caricatura es también este dibujo del soldado británico Robert Walker, pero es una verdad como un templo lo que quiere decirnos. La guerra no es un lugar para mantener la lozanía y la juventud. En poco tiempo, todos lucen como ancianos.
Robert Walker (británico). Sin título, 1916. Tinta sobre papel. 18 x 37 cm. Colección privada.
De un soldado alemán ha quedado este casquete de proyectil de 75 mm, el cual ha tallado para darle un aspecto menos mortífero y más delicado y amable. Esta era una actividad común entre los soldados de ambos frentes. A veces había que matar el tiempo de espera en las trincheras y grabar o tallar el mango de un cuchillo o un casquete como este. Era el único pasatiempo posible.
Anónimo (alemán). Sin título, 1915. Casquete de 75 mm tallado a mano. 35 x 9 cm. Colección privada.
También crearon cosas más elaboradas y originales con los elementos de los soldados enemigos muertos o capturados. Vemos aquí un resguardo para tintero hecho a partir de un distintivo casco alemán.
Anónimo (francés). Sin título, 1918. Casco del ejército alemán convertido en un depósito de tinta para escritorio. Colección privada.
OBRAS DE AUTORES RECONOCIDOS
Fortunino Matania (1881-1963), uno de los más importantes ilustradores de la primera mitad del siglo XX, dejó una gran cantidad de escenas de la guerra que aparecieron en revistas y periódicos de ambos bandos. Literalmente, decenas de millones de lectores en todo el mundo imaginaron la guerra a partir de las ilustraciones de Matania, que cada semana eran publicadas en su periódico local. De manera, pues, que Matania es probablemente el responsable de la visión más generalizada y difundida de la Primera Guerra Mundial en todo sentido.
Su obra es extensísima, por lo que se ha escogido para esta muestra algunas imágenes para mostrar su estupendo talento de ilustrador y, con él, la romántica visión que Matania brindó al mundo sobre este conflicto. Vale resaltar que este artista italiano estuvo en el frente y recorrió las trincheras de ambos bandos, por lo que no podemos suponer que su visión sea de segunda mano.
Fortunino Matania. Adiós, viejo amigo, 1916. Ilustración. Colección privada.
Fortunino Matania. El más fuerte, 1915. Grabado pintado a mano. 44 x 30 cm. Colección privada.
Fortunino Matania. Con los cañoneros del frente occidental, 1916. Fotograbado. 28 x 41 cm. Colección privada.
El también italiano Gino Severini (1883-1966) no tomaría parte en la contienda, pero entre 1914 y 1915 se dio a la tarea de pintar la guerra desde las experiencias de sus colegas artistas. Su extraordinaria capacidad de abstracción y síntesis arrojó como resultado una serie de pinturas que no son más que ensamblajes simbólicos, con detalles yuxtapuestos que el espectador identifica de inmediato. La guerra es representada por Severini con los elementos distintivos de ella, pero sin presencia de seres humanos. Lo industrial, la maquinaria bélica, fueron suficiente.
Gino Severini. Sintesis plástica de la idea de la Guerra, 1914. Óleo sobre lienzo. 60 x 50 cm. Galería municipal de Arte Moderno, Munich.
En 1917, a Maurice Denis (1870-1943), pintor francés, el gobierno le solicitó que fuera al frente a realizar algunos estudios del natural y regresara a pintar escenas de la guerra. Fue enviado a la región de Aisne, al norte de Francia, y a su vuelta produjo una serie de pinturas que en apariencia eluden el lado trágico del conflicto. Un grupo de oficiales y soldados realiza tareas cotidianas, pero su actitud no es la de unos muchachos que disfrutan el descanso. Es una actitud de pesadumbre que se hace más estridente con los colores seleccionados para el cuadro.
John Singer Sargent (1856-1925), quien fuera probablemente el retratista más famoso de su tiempo en la sociedad estadounidense, fue comisionado por el Ministerio Británico de Información para realizar una pintura que sería colocada en el famoso Hall of Remembrance, en Londres. La pintura se basó en un ataque con gas mostaza a las tropas británicas en agosto de 1918 y en su enorme superficie despliega los cuerpos yacentes de las víctimas, mientras algunos son auxiliados tratando de salir del dantesco espacio.
John Singer Sargent. Gassed, 1918. Óleo sobre lienzo. 231 x 611 cm. Imperial War Museum, Londres.
Uno de los más famosos futuristas, Umberto Boccioni (1882-1916), fue también uno de los artistas más entusiastas acerca de la guerra. Se enlistaría en 1916, para morir luego a consecuencia de la caída de un caballo. Sin embargo, el año anterior, lleno de euforia por el espectáculo bélico, realiza esta visión de una carga de caballería. Vale decir que entonces hubo muy pocas como esta, pues ya hablamos de la primera guerra motorizada de la historia, pero las tropas rusas aún poseían una caballería a la antigua, con caballos y no con tanques. Esto parece haber capturado la atención de Boccioni en un sentido más alegórico que real. Las líneas de las bayonetas a la derecha se contraponen a las líneas de las lanzas que vienen de la izquierda y el dinamismo provocado es extraordinario.
Umberto Boccioni. Carga de los lanceros, 1915. Témpera y collage en papel. 32 x 50 cm. Colección Jucker, Milán.
Pero ningún repaso por las expresiones artísticas en tiempos de la Gran Guerra estaría completo sin la mención del alemán Otto Dix (1891-1969), quien participó en la contienda desde un regimiento de artillería y permaneció activo hasta el final de la misma, haciéndose merecedor de la Cruz de Hierro.
Lo vemos aquí en este autorretrato realizado en el primer momento de su entusiasta y voluntaria incorporación al ejército, al apenas estallar la guerra. Sus trazos son violentos, lo mismo que el color, lo que muchos han querido leer como un presagio de lo que habría de presenciar en el frente.
Otto Dix. Selbstbildnisals Soldat, 1914. Tinta y acuarela sobre papel. 68 x 53.5 cm. Galería Municipal de Arte, Stuttgart.
Dix realizó numerosos dibujos estando en el campo de batalla que luego se transformarían en la serie de grabados publicada en 1924:Der Krieg (La Guerra). En esta serie, Dix ha sido calificado de extremadamente realista y al mismo tiempo fantástico. En cualquier caso, son visiones perturbadoras, sacadas de una pesadilla.
El encuadre en todos los casos es una suerte de close up repentino e inesperado al horror de la guerra, cuando los soldados dejan de ser humanos para convertirse en autómatas que luchan, prisioneros atormentados de dolor y agonía, restos de una lucha descarnada y siniestra. Dentro de todo eso, la irrefrenable verdad de no representar al enemigo sino al soldado alemán. No hay en esta serie ninguna exaltación al heroísmo sino una denuncia directa al salvajismo que esta guerra había representado para él.
Otto Dix. Sturmtruppegehtunter Gas vor, 1924. Aguatinta. 35.3 x 47.5 cm. DeutschesHistorisches Museum, Berlín.
Para Albin Egger-Lienz (1868-1926) la guerra no fue la oportunidad de luchar por su país como sí lo fue para otros artistas como el mismo Dix. Tenía 46 años cuando se inaugura el conflicto y no pudo sino presenciar algunas batallas desde los Alpes, además de tener algún contacto eventual con el frente de esa zona. No obstante, Egger-Lienz logra sintetizar simbólicamente lo que la guerra simbolizaba a sus ojos.
Los soldados sin nombre, una pintura enorme, no representa nada plausible, pero es de hondo significado. Los soldados “marchan”, si cabe el término, doblegados por un peso que no cargan físicamente, pero sí moralmente. A partir de una patética coreografía se mueven sobre el campo de batalla, sin mostrar sus rostros o con facciones inexpresivas… son hombres sin identidad, sin nombre. Su anonimato les precede y lucen indefensos ante la pérdida de la individualidad que la guerra les ha arrebatado.
Albin Egger-Lienz. Den Namenlosen, 1916. Témpera sobre lienzo. 243 x 475 cm. HeeresgeschichtlichesMuseum, Vienna.
María Magdalena Ziegler
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