Marielba Núñez
Si quisiéramos tomarnos en serio los retos del desarrollo del país, tendríamos que comenzar por revisar el valor que, como sociedad, le otorgamos a la enseñanza. No se trata únicamente de evaluar cuánto pagamos a los docentes por hora de trabajo, sino cuánta importancia le damos a la labor que realizan, cuál es la retribución que pensamos que merecen aquellos que deciden dedicarse a educar a otros.
Sería hipócrita no reconocer que la profesión docente está infravalorada y es menospreciada por quienes tienen la responsabilidad de planificar y tomar decisiones, y ello explica los sueldos irrisorios que reciben los maestros. Aceptar como natural las deficientes condiciones laborales en las que trabajan quienes tienen la enorme tarea de formar a los niños y a los jóvenes, demuestra que nuestra autoestima como sociedad es lastimosa y que en realidad nos apreciamos muy poco a nosotros mismos.
En estos momentos, según ha denunciado la Federación Venezolana de Maestros, los educadores en los niveles más bajos del escalafón reciben una remuneración que va entre los 5.556 bolívares y los 5.734 bolívares, muy alejados de lo que será el salario mínimo nacional a partir de julio. Aunque esto es solo una parte de todo lo que implica el gasto educativo, es un punto particularmente sensible. Como señala la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo en un informe en el que compara cuánto ganan los educadores en sus 34 países miembros, los salarios “tienen un impacto directo sobre el atractivo de la profesión docente, influyen en la decisión de cursar esa carrera, de convertirse en un verdadero maestro al graduarse y en permanecer en la profesión o en volver a ella luego de una eventual interrupción”.
Está claro que Venezuela, donde la falta de maestros de primaria y secundaria es un problema crónico, especialmente en las áreas científicas, no se puede dar el lujo de seguir postergando la tarea de dar no solo una retribución adecuada, sino también muchos otros incentivos a quienes quieran dedicarse a la docencia, especialmente en los primeros niveles. Mientras esas decisiones no se tomen, aquella oferta que desde el Ejecutivo nacional se hizo hace tan solo unos pocos meses de trabajar por la calidad de la educación seguirá siendo solamente una frase vacía y otra promesa rota.
En otras naciones, lograr atraer a los mejores estudiantes para que decidan convertirse en profesores es una prioridad que no tiene discusión y para ello trazan estrategias para captarlos. Por supuesto, los sueldos juegan un papel protagónico, pero también se interrogan constantemente acerca de cómo retener a los educadores en las aulas de clases. En muchos casos, aun cuando logran darles una retribución económica competitiva, saben que deben atender otros problemas que también disuaden a quienes tienen potencial para enseñar de elegir esa profesión, como la carga de trabajo y las posibilidades de avanzar en una carrera. Está claro que la vocación es importante, pero ella por sí sola no basta para conseguir y retener a los maestros que necesitamos.