Cinco días tenían los muchachos en Macapaima, una comunidad indígena kariña ubicada en el estado Anzoátegui. Caminatas al río Orinoco, pescar, cazar, ordeñar chivas, dormir bajo la luz de las estrellas en hamacas y turnarse para cocinar fueron algunas de las actividades realizadas durante el acompañamiento que estaba a punto de terminar.

El día transcurría de la manera habitual: en la mañana jornadas médicas y en la tarde actividades recreativas o conocer más sobre la cotidianidad del lugar. Esta vez, los estudiantes de Medicina de la Universidad Central de Venezuela (UCV), junto a la doctora Imaya, atendieron a los niños y los ucabistas se encargaban de la logística y de mantener a los niños «ordenaditos en una fila con sillas», explicó Arianna Ostos, estudiante de Ingeniería Industrial de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) extensión Guayana.

Entre conversas, juegos y el imponente Sol, tuvieron sed y Arianna fue a buscar agua. Al regresar a la fila, Jesús, estudiante de Comunicación Social de la UCAB Guayana, le dijo: «Él quiere decirte algo», mientras señalaba a un niño, quien contestó: «¡Ay, es que me da pena…!», entre risas nerviosas. Jesús precisó: «Denner (el niño) dice que eres linda y quería saber si te gusta la patilla», Arianna respondió que sí. “¡Esta tarde les traigo una!”, dijo el pequeño Denner emocionado. Así terminó la charla.

Llegó la tarde, momento de esparcimiento para conocer a los chamos a través de la diversión, risas y juegos. Denner siempre iba; esta vez no fue y a todos les pareció extraño. Pensaron que quizás tenía algún compromiso.

Cayó el Sol. Era la hora de cenar y el olor a bollitos con queso se intensificaba. “Te están llamando”, dijo la doctora a Arianna; un hecho extraño, porque los jefes de la comunidad suelen llamar a la coordinadora del equipo que es Andreína, estudiante de Psicología de la UCAB.

Al salir, vio al niño cansado y con un pesado bolso. «Denner, ¿qué pasó?, ¿qué haces aquí?», y él dijo: «Ari, les traje la patilla». Anonadada y sin palabras, la reacción de la joven fue abrir el portón de la escuela donde se alojaban, abrazar a Denner y llamar a Jesús. Los ojos de ambos eran como cascadas de agua. El gesto los había impresionado y tocado la sensible fibra del corazón.

Denner sacó dos patillas. Les dió la más grande. El muchacho contó que a la una de la tarde fue con su familia al conuco, que se encuentra cerca del río Orinoco (unos 40 minutos de caminata), a buscar comida y las jugosas frutas. Eran como las siete u ocho de la noche. Acababa de llegar de la larga travesía recorrida a pie. «Te esperamos mañana», invitó la joven, y otro fuerte abrazo fue la despedida.

Los muchachos le contaron lo ocurrido al resto del grupo. Todos se conmovieron. Arianna estaba impresionada, abrumada, emocionada… No sabía cómo «un niño tan pequeño», tenía un detalle tan grande.

A través de PAZando, programa de inserción social estudiantil, promovido por la Dirección de Identidad y Misión (DIM) de la UCAB, estos jóvenes descubrieron que el amor tiene sabor a patilla.

Texto: Valeria Requena

Foto: Cortesía de Pazando