Daniel De Alba Suárez, cursante de Comunicación Social, viajó a la comunidad de El Nula con el programa de inserción comunitaria PAZando y describe el temple y las particularidades de los habitantes de este pueblo del Alto Apure, cercano a la frontera colombo-venezolana

La ruralidad de El Nula es incuestionable, al igual que su calma que esconde tempestades. Esta localidad, capital de la parroquia San Camilo del municipio Páez del estado Apure y con mayores similitudes a otras realidades que quien esto escribe haya podido apreciar, fue fundada en el año 1945 cuando la hegemonía andina empezó a abrirse paso en el suroeste de Venezuela.

Cuando en el territorio nacional se empezaban a gestar despertares cívico-militares y el mundo veía el cierre de la Segunda Guerra Mundial, en el levantamiento de este pueblo del Alto Apure se unieron a las rústicas palmas andinas y llaneras una mano no muy diferente: la del hermano colombiano. El producto de esta fusión es una mezcla capaz de desbordarse, entre descargas de sonrisas y picardías que no esperan mayorías de edad ni independencias económicas.

Hoy día, y casi ocho generaciones después que produjeron los más de 30.000 habitantes, todos confluyen como las grandes familias: aplauden y chiflan las alegrías, celebran a los hijos pródigos y buscan no tocar los incómodos conflictos ni en la hora de la cena.

En El Nula se piden prestadas creencias y costumbres: entre sus hervidos, uso indiscriminado de la moneda ajena -el dólar, por supuesto-, su cultura de ganado, taekwondo, básquetbol, metalurgia de bicis y motocicletas y sus tabúes enseñados como un padrenuestro, los personajes de este pueblo viven sin ser ajenos a las vulnerabilidades de su precaria realidad, pero que se niegan a declararse víctimas de su contexto apremiante. 

Desde la maestra de escuelita que ahora es productora radiofónica, más conductora de radio y de moto porque un intrépido periodista egresado de la Universidad Santa María, su compañero de trabajo y micrófono, se dispuso a enseñarle todo lo que sabe.

Desde el chamo que escucha melodías de sintetizador a la luz de la luna y libera sus ansiedades mientras juega con su amigo: el ya comprobado indestructible «Iron Man», un producto de su creatividad hecho a base de alambres de cobre, papel aluminio, un trozo de mezclilla y trapo.

Desde la nena que, en su inocencia, estaba convencida que las orientaciones sexuales se quitaban y ponían como el uniforme de su colegio, o se curaban en el transcurso del crecimiento como lechinas infantiles.

Y hasta el nuevo de la familia, un jesuita que llegó el semestre pasado a la parroquia San Camilo de Lelis, cuya calidez no parece ser de manual y donde la agudeza de su mirada -y poblado semblante- esconden una invitación a compartir sus juegos de mesa, pues muy poco se juega entre votos, sermones y servicios dominicales.

Con sus frágiles fibras sociales, estos personajes van de paseo de vez en cuando a su máxima atracción: el río Sarare, cuyas aguas cristalinas que caen del tachirense Parque Nacional El Tamá los deslumbran por dejar al descubierto arenales de grano mínimo al fondo, piedras pintadas cual arte con brocha técnica y peñones con ángulos que se asoman a la superficie como narices afiladas que quieren aire nuevo y virgen. Lanzarse de las bases del puente al agua también funge como diversión.

Los seres del universo de El Nula son del llano, muchos resteados y sembrados en la tierra a la fuerza, pero humanos en fin, cargados de pulsiones y pulsaciones bajo su carne y sus huesos y que, como personajes de una poética copla, de una novela ambientada en los predios del campo o de una leyenda de la selva, tienen retos a superar y aspiraciones que cumplir.

Los oriundos del Alto Apure van y vienen de zona en zona, en áreas limítrofes cada vez más difusas y con un curioso respeto y sentido de justicia. Armonías protocolares, enseñadas desde casa. Cordialidad y nobleza como única herramienta de poder bélico. Un aplomo limpio con cada vez menos juicios.

Porque si hay algo que parece tener el llanero es la habilidad y la entereza de convivir con todos sus fuegos y tormentas internos y  externos, y con aquellos que vienen de visita, provenientes de otras tierras.

(Caracas, abril de 2023)

♦Texto: Daniel De Alba Suárez. Estudiante de 7mo semestre de Comunicación Social y participarte de PAZando 2023/Fotos: Cortesía Dirección de Identidad y Misión UCAB


PAZando es un programa universitario que se enfoca en la inserción social, el cual es organizado y promovido por la Dirección de Identidad y Misión de la UCAB. Los estudiantes de la universidad viajan a diferentes comunidades rurales en Venezuela para conocer la realidad que enfrentan sus habitantes, compartir sus experiencias y brindar apoyo y atención en sus campos de estudio y competencia. Esta iniciativa forma parte de la formación de profesionales integrales, empáticos, solidarios y comprometidos con los sectores más vulnerables.

El texto de Daniel es el resultado del tercer taller «RePAZando el cuento», iniciativa formativa diseñada para los participantes del programa antes de que se adentren en las respectivas comunidades. El objetivo del taller es preparar a los estudiantes para que puedan dejar por escrito un testimonio de su experiencia en el viaje.

Si desea obtener más información sobre PAZando, así como otros programas e iniciativas de la Dirección de Identidad y Misión UCAB, están disponibles sus cuentas de Facebook e Instagram: @ucabmagis.

 

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