La capitana del equipo femenino de fútbol sala de la UCAB pasó por tres clubes profesionales antes de estudiar Derecho. Actualmente en su quinto semestre, la joven comparte su historia de vida, su interés por difundir en la universidad la disciplina que practica y su decisión de apoyar las causas de justicia y derechos humanos en comunidades vulnerables

Oriunda de la llamada “ciudad jardín” de Venezuela, Mikailí “Mika” Henríquez (Maracay, 2002) ha trabajado en sus 20 años de vida por cumplir dos objetivos demandantes.

El primero, la práctica del fútbol desde temprana edad, rodeada de varones y en ambientes hostiles; jugó en escuelas y equipos de corte profesional, donde la aragüeña destacaba entre hombres y mujeres de mayor edad, hasta que la pandemia por COVID-19 llegó para darle una pausa a sus sueños.

El segundo objetivo la aleja de los balones, momentáneamente: estudiar la carrera de Derecho en la UCAB, en la ciudad de Caracas. Actualmente, en su quinto semestre, este es un camino que sigue construyendo mientras maniobra entre entrenamientos y pasantías.

 

Con la tolerancia y vocación de servicio como norte -aprendida desde casa por su padre, un pastor evangélico, y reforzada en la institución jesuita- la joven admiradora de la jugadora brasileña Marta -por su destreza y entereza en la cancha sin renunciar a su feminidad- aspira a convertirse en activista de derechos humanos (DD.HH.). Mientras, va a las canchas de la UCAB a sus prácticas de fútbol sala con el cabello largo y atado a una cola sencilla.

En este espacio, su predilecto en el campus por su carácter relajante y alejado de ansiedades académicas, la estudiante conversó con El Ucabista sobre su recorrido personal en los campos deportivos y las aulas.

Los primeros goles, rodeada de varones

Mika tenía seis años cuando cambió la natación por el fútbol. Saliendo de las prácticas siempre veía gente jugando en la cancha ubicada frente a la piscina del Club de Natación José Nuncio Pulido. “Un día le dije a mi mamá que quería correr, no jugar fútbol como tal. En ese momento no era muy común que una mujer jugara fútbol, mucho menos a esa edad, tan niña”.

Insistente y terca desde pequeña, la joven veinteañera logró convencer a su familia e ingresó en la Escuela San Ignacio, de Maracay, donde coincidió en espacios y entrenamientos con la futura vinotinto Deyna Castellanos, actual capitana del Manchester City Women’s Futbol Club. “Empecé a practicar en fútbol masculino, en un equipo mixto; había alrededor de cuarenta chamos y solo cuatro chamas. Tenía que adaptarme”.

Hija de un pastor evangélico, proviene de una familia religiosa«mas no conservadora», aclara-, y considera que tiene varios privilegios, a diferencia de otros casos de jóvenes no respaldadas por su núcleo.

“En casa siempre me apoyaron a hacer lo que yo quisiera, sin importar lo que dijera la gente. Mi papá nunca me reprimió ni me prohibió nada de esto. Mi mamá también me apoyaba, pero le costaba mucho pues yo vivía con ella y las críticas iba a llegar a ella, practicamente. Pero siempre me defendió y me apoyaba, iba a los juegos, me llevaba a los entrenos, y me cuidaba las dietas y comidas. El choque ocurrió con la gente de la iglesia y de mi colegio, mas no con mi familia”.

A los siete años, Mika fue cambiada a La Escuelita F.C.. Ingresando tan niña en el mundo deportivo del fútbol, reconoce que el entorno no era el mejor: “Muchos te categorizaban como ‘la que no sabe jugar tan bien como un niño’. No te daban la oportunidad de verte jugar por ser niña, o los chamos bajaban el ritmo porque jugaban conmigo. Era duro, pero yo seguía. Me adaptaba a la situación”.

La persistencia por practicar fútbol le ganó al ambiente poco colaborativo. En La Escuelita estuvo hasta los 12 años, cuando su mamá le recomendó cambiarse a un equipo que contara con la categoría femenina en fútbol. Así lo hizo y empezó en La Trinidad Fútbol Club, aún en su estado natal. Junto con ella, en 2015 el fútbol femenino en Venezuela estaba comenzando a crecer.

“Jugar en La Trinidad fue duro pero interesante. Yo siempre he sido grande, en cuanto a contextura y fuerza en la cancha, así que llamaba la atención a los entrenadores quienes me dieron la oportunidad. En el proceso, iba creciendo tanto física como deportivamente, fogueándome con jugadoras mayores, chamas con hijos que me llevaban más de 10 años, porque aún no había categorías menores”, rememora Henríquez.

El duro camino a la profesionalización

En la ruta de vida a ser profesional, Mikailí pasó por un proceso voluble y cambiante. Con 16 años llegó a representar a Venezuela junto a sus compañeras en un torneo internacional de la Confederación Sudamericana de Futbol (CONMEBOL) celebrado en Paraguay, en 2018; en el torneo quedaron en 2do lugar, perdiendo en la jornada final contra la selección de Brasil.

En Maracay, a los 17 años, y en la Escuela de Fútbol Menor Juan Arango, llega a su vida el equipo Gran Valencia, que estaba interesado en el fichaje de muchachas para jugar en su club. “Nos captan a nosotras porque éramos la mejor escuela de Aragua. Nos ficharon, con contrato y todo”.

Ese fue su primer contrato profesional. Menor de edad, y con las habilidades necesarias, confiesa haberse sentido rara pero emocionada. Con Gran Valencia no termina su contrato, pues no estaba de acuerdo con las dinámicas del equipo hacia las jugadoras. Una vez egresada del bachillerato, se mudó a Caracas donde hizo pruebas con el reconocido equipo profesional Estudiantes de Caracas.

“Recuerdo que en el torneo, ‘Estudiantes’ estaba de primero en la tabla. Ellos me querían fichar, y después de que en Gran Valencia me dieran un finiquito para terminar el contrato, firmé con ‘Estudiantes’. Por temas económicos en el país no estuve mucho en el equipo, porque se fusionó con Deportivo La Guaira”, explicó.

En enero de 2020, de Estudiantes de Caracas Mika estaba a punto de ser seleccionada por “La Guaira”, el tercer equipo profesional en su trayectoria futbolística, pero en el panorama no estaba contemplada la COVID-19. “Llegó la pandemia, y mi vida profesional se va a pique. Estaba en mi mejor momento”. Durante esos meses, en Venezuela los deportes pasaron a segundo plano, “y mucho más el fútbol femenino. El enfoque fue plenamente en salud, cortan todos los ingresos a los equipos, se frenaron contratos, durante mucho tiempo”.

Muy baja de ánimos, producto de secuelas tras habérsele detectado coronavirus, las condiciones físicas de Mika se vieron comprometidas a lo largo de ese año. En 2021 se empezó a recuperar y entró en el equipo Petare F.C.; sin embargo, estaba consciente que había perdido “demasiado” el ritmo.

“Me pegó bastante y me di cuenta que no podía tener el fútbol como prioridad. En ese tiempo, estuve investigando sobre otros intereses y otras cosas que me apasionaban y entonces lo hice: decidí estudiar Derecho en la UCAB.”

De las canchas a las aulas

Mika reconoce que no estaba en sus planes estudiar y que quería dedicarse al fútbol profesional hasta más no poder. “Nunca tuve esa idea desde pequeña de que quería ser abogada. Yo, incluso previo a tener COVID, simplemente me puse a investigar las opciones que más se parecieran a mí. Me postulé a la UCAB, quedé y congelé mi cupo porque me enfermé. El año siguiente quedé por mis notas y empecé a estudiar Derecho”.

La carrera le interesó por su interés en la justicia social, los derechos humanos y la vocación de servicio a personas en condición de vulnerabilidad; todo esto, declara, lo aprendió apoyando a su padre, quien dedicaba su tiempo a apoyar personas con VIH. “Además de ello, me di cuenta de que, tanto en el fútbol como en el colegio, llegué a vivir cosas absurdas que no quería que ni mis hijos ni una generación futura vayan a vivir. Me decía que para cambiar eso, Derecho era la carrera a estudiar”.

Ingresar en la escuela de leyes y jugar fútbol universitario fue otro reto. Aunque lograba balancear sus horarios, revela haberse sentido avergonzada por pasar de jugar en fútbol profesional a una categoría más interna y discreta. “Fueron muchos cambios: tuve que pasar a jugar fútbol sala, en vez de campo, como estaba acostumbrada. Tampoco juego la posición que jugaba antes: yo era mediocampo, y ahora en fútbol sala soy defensa. En este caso, sí me costó mucho adaptarme, pero siento que lo logré. Fue todo un proceso”.

Actualmente, Mika está en el quinto semestre de la carrera y, en paralelo, es capitana del equipo femenino de fútbol sala,“mi pequeña comunidad”, dice-, donde trata de aplicar lo aprendido en campo y en salones de clase.

“Considerando que somos de distintas carreras, edades, orígenes, orientaciones sexuales, personalidades… trato de mantener a las muchachas del equipo unidas, demostrándoles que soy una chama más, igual que ellas. Me he dado cuenta de que esa unidad fortalece la relación en el equipo, especialmente habiendo muchachas que no cuentan con el apoyo en sus casas. Entonces buscan el apoyo en su fútbol, en su comunidad, en su equipo; es lo que hacemos en el fútbol femenino: te arropamos con toda naturalidad”.

Al egresar de la carrera, Mika aspira convertirse en defensora de derechos humanos (DD.HH.) y trabajar en un organismo internacional de esta naturaleza. No solo va a la universidad a estudiar y a practicar el deporte rey; para nutrir su vocación por ayudar a otros, también participa en actividades extracurriculares como el Voluntariado de Derecho y el programa de inserción social y comunitaria PAZando, de la Dirección de Identidad y Misión.

“Junto con otros estudiantes de Derecho, vamos a comunidades en Antímano a dictar talleres de acoso, bullying y DD.HH.; además, este año entré en PAZando, donde estuve en actividades similares de inserción comunitaria, pero en el interior del país, específicamente en El Nula, estado Apure. Hacer voluntariado me llena mucho. Es un espacio seguro donde, como en la cancha, conoces a personas tanto diferentes como iguales a ti”, asevera.

Ojo con las muchachas

Subir a las canchas es un ritual de relajación y despeje para muchos ucabistas. Mikailí Henríquez no es la excepción. En pleno inicio de los entrenamientos de fútbol femenino, la capitana del equipo aspira que para este semestre el apoyo hacia esta categoría en la disciplina deportiva sea mayor.

“Necesitamos tanta publicidad y apoyo como cualquier otra categoría masculina, especialmente en redes sociales. Si hay invisibilización, y si la gente no se entera que existe un equipo, no van a inscribirse, no se practicará el deporte, y mucho menos vendrán a ver los juegos; eso nos perjudicaría mucho”.

Aunque afirma que el mundo del deporte es complicado, reconoce que hay oportunidades que todavía se pueden rescatar. Dice que aupar al equipo no significa apoyar a una sola persona o figura futbolística. “Significa apoyar a toda la universidad porque, a todas estas, nosotras también representamos a la UCAB”.

La futura abogada, quien hace menos de diez años se contemplaba vivir del fútbol, actualmente lo practica como un hobbie, con el cual se distrae y se mantiene activa físicamente. “No tengo esa aspiración profesional que tenía antes. En su momento perdí muchas capacidades y, hoy en día, sé que volverlas a retomar implica mucho sacrificio”.

Por ahora, la prioridad de Mika es su carrera, aunque confiesa que extrañará las canchas en el futuro. “Hay que crecer. Y aunque de hoy a cinco años me veo jugando fútbol cada vez menos, también me veo estudiando un poco más y formándome para ayudar a otros”, finaliza.

♦️Texto: Daniel De Alba Suárez/Fotos: Carlos Miliani (apertura y retratos) y cortesía Mikailí Henríquez